Eugenio tiene 54 años, nació en Huelva, tiene tres hijos de entre 9 y 17 años, y está casado con Marijose.

Se conocieron en un viaje de fin de curso, cuando él fue a Madrid con su instituto. Aquello lo cambió todo. Quién le iba a decir a Eugenio, con la de papeletas que tuvo que vender para poder hacer ese viaje, que ese esfuerzo le llevaría a la recompensa de conocer al amor de su vida, Marijose. Desde entonces, comparten sus vidas, que no es poco.

Se casaron y emprendieron su nueva vida en Móstoles, de donde es Marijose. Allí han desarrollado toda su vida. Eugenio es celador en el hospital de Alcorcón y Marijose trabaja en una empresa de limpieza donde, de vez en cuando, también les toca ir a otros hospitales a trabajar. Ella siempre comenta que, aunque su trabajo puede ser ingrato en ocasiones, siempre encuentra a personas por la que vale la pena coger una fregona.

Ambos, como muchos españoles, han pasado todo el confinamiento en su pequeño piso de dos habitaciones con sus tres hijos. Ha sido un periodo muy duro, porque los dos tuvieron que salir a la calle en plena pandemia para ir a sus trabajos, mientras dejaban a sus hijos en casa. A ella volvían cada día, no sin antes poner en práctica un sinfín de medidas de higiene y seguridad para evitar contagios.

Para ellos, como para todos los españoles, ha sido un periodo muy complicado. Pero, por suerte, no entraron en un ERTE.

Una vez acabado el confinamiento, Eugenio y Marijose empezaron a ver algo la luz. Ambos habían visto con sus propios ojos situaciones difíciles y el verano vaticinaba algo de tranquilidad. Ellos, como muchas familias de nuestro país que luchan cada día por salir adelante, no tienen segunda residencia, pero una prima hermana de Marijose tiene un piso en Torrevieja, Alicante, y les ofreció pasar allí una semana para poder desquitarse, después de una primavera muy dura a la que se habían tenido que enfrentar con la mayor de las incertidumbres.

Por fin una semana para descansar con sus hijos, con más luz, más espacio y la sensación de poder respirar aire puro. Así es como a finales del mes de julio, la familia se va una semana de vacaciones con la intención de desconectar y retomar fuerzas.

Pero a la vuelta de esos merecidos días libres, descubren que la llave no entra en la puerta de su casa. El bombín había sido cambiado. Y ahí empezó el segundo infierno, por si el primero no había sido suficientemente duro.

Una familia, tres hijos, un piso, tu hogar, tus cosas€ que, de repente, ya no son tuyas, sino de otro. Alguien había decidido que ese hogar le pertenecía ahora a él o a ella, o a ellos€ Después de un confinamiento tan duro, con tanto miedo, empezaba ahora un proceso más difícil aún en el que recuperar tu propia casa parece absolutamente imposible.

Eugenio, Marijose y sus tres hijos no tienen ahora a dónde ir, nadie puede echarles una mano ni responder por ellos, y tienen que irse a casa de un amigo de Eugenio, como favor, para no quedarse en la calle.

¿Y ahora qué? ¿A quién pueden acudir? Todas las personas a las que preguntan les dicen que conocen a alguien que conoce a alguien a quien le pasó, y que la lucha para recuperar su propia casa, esa que está escriturada a su nombre, es casi un imposible.

¿Por qué? Y sólo se oye el silencio€