Estamos viviendo en Málaga una época mala. Muy en el fondo, todos mantenemos un hilo de esperanza en que la cosa no vaya a mucho peor y el resorte tras la recuperación convertirá esto en un mal sueño de unos meses largos.

Las administraciones públicas están muy ocupadas con decir -y también hacer, pero menos- lo mucho que se están volcando con los problemas ocasionados por la pandemia. Muchas familias en quiebra, mucha inestabilidad y todo el sistema tambaleándose mientras la ciudadanía mira al cielo y se pelea en las redes sociales por la portada de una serie o el pendiente de un político.

La pobreza circunstancial está a la vuelta de la esquina. Y es tan cercana su ubicación puesto que nuestra ciudad se asienta sobre unos complicados pilares que se deshacen si no hay pieles rojas con calcetines deambulando por la ciudad.

Aún así, es cierto que, muchos de los negocios con problemas, pueden llorar con un ojo si han sometido su historia a la honestidad durante el tiempo de vida que ha tenido o si por el contrario se ha tirado al barro del abuso turístico. Los de este segundo grupo han saboreado la miel durante años y ahora lo que tienen es miel-da pues ver derrumbado su chambado.

Sea como fuere, la confianza en que más pronto que tarde habrá mejoras, resuena en un eco esperanzador para que todo, en la medida de lo posible, recupere un mínimo de estabilidad.

Pero nuestra ciudad, Málaga la bella, tiene un tumor que jamás fue extirpado y que lleva décadas convirtiendo a la capital en un lugar extraordinario en lo negativo por mantener un espacio indigno y propio de civilizaciones pretéritas: Los Asperones.

Un gueto asqueroso a los pies de los vertederos y a la vera del cementerio y en medio de la nada. Un museo de la desvergüenza de décadas de políticos que durante casi cuatro décadas han permitido dicha barbarie allí.

Seres humanos viviendo en un descampado, en «casas» prefabricadas y separados del mundo. Un horror que ya es pesadilla pero que, como no se ve, parece que no existe.

En el año dos mil veinte, hay malagueños cuyo destino pasa por vivir en la basura. En un estercolero insalubre, malo e injusto. No hay derecho a que nadie viva así en el mundo pero mucho menos en una ciudad en la que la mayoría de las personas tiene todos los servicios habidos y por haber.

¿Pero de quién es la culpa? Sin duda de todos: Ciudadanos y mandatarios. Los primeros por consentirlo y permitirlo y los segundo por no tener escrúpulos.

Málaga vive a espaldas de una realidad de la que ha llegado hasta la ONU donde un relator ha alertado de lo calamitoso de aquel infierno.

Pero al final, el ciudadano bien pudiera escudarse en sus obreros que trabajan para que las cosas vayan bien. Y ellos son los capaces de eliminar aquello en dos días. Pero algo debe pasar porque absolutamente nadie quiere meterle mano. Solamente se oyen de higos a brevas expresiones ridículas sobre «gran proyecto», «aunamos fuerzas para mejorar» y sandeces de ese tipo que nada sirven salvo para el totalito para los medios locales y a volar.

Pero por el camino están quedándose un sinfín de familias que malviven fuera de un sistema al que encuentran inviable unirse.

Y el Gobierno central no hace nada. Y el autonómico lo mismo. Y nuestro ayuntamiento más de lo mismo. Y es en este último caso donde se encuentra el caso más flagrante pues hemos podido presenciar cómo nuestro alcalde echaba balones fuera con el asunto de Los Asperones porque es competencia de otra administración.

Y es que, si se tratara de un convenio de empresas, un asunto sobre carril bici o cualquier otra cosa menor, daría igual. Pero estamos hablando de seres humanos en la inmundicia. Arruinados y sin posibilidad de mejora por el lugar en el que se encuentran. ¿No se le cae a nadie la cara de vergüenza para poder acabar con aquella barbaridad?

¿Con qué tanto por ciento de lo que ha costado el Astoria y el museo de las gemas se podrían sacar a esas familias de allí? Es una historia horripilante de la que solamente nos acordamos cuando nos sacan los colores como ciudad en los medios nacionales. Pero ahora mismo, mientras lees esto desde tu sofá, hay gente viviendo como lo hacen en la África más deprimida. Y está muy cerca de nosotros. Y nos importan tres pepinos porque nos han inmunizado para ello.

Que la pandemia no nos ciegue. Que cuando en enero las cosas iban bien, allí seguían en la mayor de las miserias. Que hay que escuchar a Patxi del Colegio María de la O. Que hay que pedir cuentas por redes sociales a todo el mundo con poder para que se pongan a trabajar en que Los Asperones desaparezca. Que hay muchos terrenos libres. Y ya llegarán los problemas en el entorno donde los reubiquen. Pero de rechazo ya saben ellos. Y habrá que buscar la fórmula de que reine la paz.

Pero primero hay que acabar con aquello. Pues de lo contrario todos seremos cómplices de aquella tremebunda pesadilla. Es momento de redoblar esfuerzos. Aunque parece que hay quien es capaz de recortarles fondos en esta situación apocalíptica. Pero de eso ya se hablará en otro momento.

Esto no tiene mayor arreglo que reubicar con urgencia a las familias y derruir esa parcela de la indecencia de la que Málaga, los malagueños y sus políticos tienen toda la culpa. Y los mandatarios que no sean capaces de arreglarlo ya saben lo que deben hacer: dejar paso al siguiente. Por cierto, la foto que ilustra el artículo es de una acción del Partido Popular cuando en Sevilla mandaban los socialistas. Je.

Viva Málaga.