Lunes. Todo se altera en un instante. Un descuido, un pesado objeto que cae. Y de repente, el llanto y la sangre escandalosa. Urgencias al atardecer. Un magnífico día de verano que el destino quiebra. Daría uno años de vida por borrar el rictus de sufrimiento de la cara de un niño. Un enfermero me mira como recriminando mi vestimenta, en efecto, voy con un bañador chillón. No es que hable, me refiero a los colores. Melenudo, despeinado, las gafas están medio rotas y la camiseta digamos que no es de esta temporada. Que se me vea el ombligo no ayuda. Cosas de salir con prisas de una piscina. Todo queda en un susto pero todo podría haber sido una tragedia. Una lección. Una tarde inolvidable. La vida es lo inesperado. En las urgencias de este hospital tienen dos contingentes: los habituales, lesionados, infartados, atragantados o motocaídos y luego los posibles covid, un poco apelotonados, lo que les faltaba, en una sala. Grande pero sala. El pediatra es muy amable. Le ayuda un enfermero que cuadraría en aquella descripción de Vargas Llosa, «frente ancha, nariz aguileña, rectitud y bondad en el espíritu». Creo yo, vamos. Horas después, en el sofá, solo y saboreando el primer trago de una cerveza me asaltarán esos miedos, esos temores, esa intranquilidad que ya para siempre te inocula la paternidad. Me alegro de estar vivo. Me estoy muy quieto y me invade cierta sensación de plenitud. Como de mala suerte buena. Comienza un documental sobre el megalodón.

Martes. Cenamos al aire libre en un asador de Churriana. Saboreando el vino y esperando la carne me evado un poco de la conversación y contemplo desde lo alto de la colina en la que está el restaurante un viejo olivo, la sierra, unos pinos, la noche que presenta su tarjeta. Temperatura casi perfecta. A lo lejos, luces de los coches que van por la carretera como en disciplinada y lenta procesión. El aire se mueve un poco. Es el mismo aire que respiraría Gerald Brenan, a cuyo libro La faz de España he vuelto estos días para leer el estremecedor capítulo, año 1949, en el que busca el cadáver de Lorca en Granada. Cementerios, enterradores, políticos, testimonios. Pienso que Brenan no solo era un viajero escritor, también un magnífico investigador, un inteligente observador de tipos, caracteres y ambientes. Muy cerca de donde pedimos más solomillo está la que fue su casa, ahora sede de la fundación que lleva su nombre. Tal vez él también miró ese olivo alguna vez. Y se lió un cigarro bajo su sombra. A lo lejos, Málaga. No en llamas, pero sí con luces de ciudad indecisa.

Miércoles. Es verdad que nadando te olvidas un poco del mundo. Por olvidar he olvidado las gafas de nadar y hasta el gorro. El resultado son ojos doloridos por el cloro. Algo de agujetas. Nada uno con un estilo cada vez más depurado, lo cual no es algo del otro mundo, dado que mi estilo anterior era torpe y ballenesco. Mi resistencia es cada vez mayor y a veces logro estar hasta diez minutos dando brazadas. Me tonifica tanto hacer (poco) deporte como contarlo.

Jueves. El momento cumbre del día viene cuando mi hijo nos bronquea, viendo 'Atrápame si puedes', presentado por el gran Manolo Sarria en Canal Sur, por no saber una pregunta sobre los Pokemon. Pikachu creo que es la respuesta. Es que no estamos en lo que hay que estar.

Viernes. Messi se queda. Se precipitó. Pero qué a gusto debe quedarse uno mandando al carajo por burofax a alguien. Eso ya no se lo queda nadie. La palabra burofax, de puro anacrónica, está de moda y ya intimida de por sí. A ese le mando un burofax. Y en ese plan. Qué iba a hacer Messi en latitudes lluviosas. Tristonas. Con Guardiola dándole la matraca indepe. Messi, que en tantos años no ha dado en catalán ni las buenas tardes. Buenos días.