Olvidado casi el espantoso secuestro y asesinato de Khashoggi por funcionarios saudíes, el envenenamiento del opositor ruso Navalny pertenece a una serie con el de Litvinenko (2006) y Skripal (2018). Aunque el objetivo inmediato hayan sido los citados, el principal es transmitir a los disidentes, o tentados de serlo, el mensaje-veneno de jugarse la vida y también que no hay "extranjero" para la mano del poder. Es sello de algunas dictaduras "consentidas" por los equilibrios del orden mundial: el régimen de Pinochet lo estampó con frecuencia fuera de Chile (General Prats, Orlando Letelier). Pero hay un tercer objetivo, el de alcanzar el estatuto general de impunidad, no solo en el orden legal (no hay tribunal, juicio ni condena) sino en los estados de conciencia (no se puede hacer nada) y de memoria práctica (mejor olvidarlo y pasar a otra cosa). He ahí el veneno más sutil y expansivo.