Una señora muy gruesa y algo impedida me dice a gritos desde 40 metros, mientras se sienta en un murete de piedra junto a la entrada de la oficina de Correos del barrio, a las 8.25 de la mañana (abre a las 8.30), que ella va detrás de mi en la cola (60 metros ya a esa hora: la fila hace un quiebro). Quien me ha avisado de que las voces eran a mi es el hombre que me precede. «Ese que nos ha pasado por delante, con un perro, es un invidente», advierte luego. Un conector, gente indispensable, me digo. La gente se muestra paciente, y alguna crítica al Gobierno no prende. La cola se mueve con cierta agilidad, y alguien apunta, 3 o 4 puestos delante, que deben de haber reforzado la plantilla por ser lunes. Una pareja de pequeños y preciosos jilgueros hace su cortejo en el jardincillo. Nunca hubiera gozado de ellos de no estar en la cola. En toda vida hay ventajas, solo hay que estar atento.