Cierto instinto homicida es parte de la condición del hombre (puede que explique su éxito como gran depredador) y habita en cualquier personaje sobresaliente. El asunto es el control. Aunque en los grandes campeones se advierte ese instinto, que les lleva a intentar masacrar al adversario, el deporte es tanto fuerza como contención: violencia que se administra, para conjurarla, a través de la técnica. A veces la fuerza se desborda, y no pasa nada, pero otra cosa es exhibir el escape como un gesto: esa violencia colérica incontenida sería, justamente, el contra-deporte; por eso ofende al buen público. Novak Djokovic tal vez llegue a superar marcas de Federer y Nadal, pero jamás alcanzará su elegancia. Aunque ésta nunca será apreciada por muchos garrulos que hay entre sus seguidores (¡ahora acosan en las redes a la víctima de su mal golpe!), hay ciertos públicos que mejor es no tenerlos.