Un padre perece en el viaje para deshacerse de un futuro hijo no deseado. Ese deceso abre paso a una vida que no existiría sin la mediación de un accidente, pero que permanecerá atada para siempre a ese momento por decisión de la madre, quien convierte al hijo en un eterno deudor de la muerte de su padre. Fin de temporada, la novela más reciente de Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) tiene el armazón canónico de la tragedia, recubierto por el gusto del autor por los protagonistas en un continuo movimiento, que en esta novela toma la forma de huida, en el caso de la madre, y de viaje al origen, al conocimiento de la potencia corrosiva de su pasado, en el del hijo. Martínez de Pisón cumple, incluso hasta el exceso en algunos pasajes, la exigencia de cartografiar el territorio de forma milimétrica que impone todo afán de realismo. Reconstruye con precisión un tiempo, el de finales de los setenta del siglo pasado, que el autor conoce bien porque tenía la misma edad que los dos personajes con los que comienza su historia. La suya es una prosa eficaz, con la que compone un ritmo narrativo muy fílmico, de esos que cuando se materializan en forma de series televisivas son toda una amenaza para su forma de novelar, según constata el propio Martínez de Pisón. Iván, que comparte con su madre Rosa el centro de Fin de temporada, recompone su pasado hasta alcanzar el nudo dramático de su existencia. A partir de ahí todo se reduce a un doloroso asumir que «las otras vidas con las que había fantaseado no existían y esa era la única vida posible». El destino ineluctable de todo protagonista de la tragedia.