Lejos de despejarse, el panorama político español se enreda y cierra sobre sí mismo cada día más. Quien proclamó con ímpetu que el virus hacía brotar lo mejor de nosotros y que por tanto traería sentido común a la vida pública, habrá visto decepcionada su confianza y es posible que esté sufriendo un agudo dolor de cabeza. A la vuelta de este extraño verano que no hemos podido disfrutar como es debido, la pandemia continúa con su labor y los políticos siguen a sus asuntos, como si nada reclamara con urgencia su atención. La crónica de estos últimos días refleja la discordia, el solipsismo y la turbiedad que rezuma la política española.

Si era poco en la situación actual la falta de un diálogo directo y franco entre los principales partidos para poner un mínimo orden en las cosas, los plenos de ambas cámaras celebrados durante la semana han inflamado de nuevo la oratoria con reproches muy estridentes que tienen la única virtud de distraer, el Gobierno se ha quedado completamente solo con su minoría parlamentaria en una votación en el Congreso, ha cosechado una dura derrota política a manos de los alcaldes y su descoordinación interna empieza a ser un hecho relevante. Pedro Sánchez hace filigranas para mantener entretenidos a sus pretendientes, dando una de cal y otra de arena a ERC y Cs, a la espera de una fecha propicia para anunciar la primicia presupuestaria que los españoles y la Unión Europea aguardan con una expectación creciente.

Nada de esto es novedoso en la política española. Los ciudadanos reciben cada bronca o despropósito con el mismo gesto de resignación o indiferencia. Pero el escándalo que rodea ahora al PP, al partido y al Gobierno de Rajoy, tiene una trascendencia que no se puede pasar por alto, porque afecta al equilibrio, por lo que se ve frágil, sobre el que se asienta nuestra democracia. Como en otros casos similares, procede en primer lugar la engorrosa tarea de separar los hechos del impacto público del asunto. Luego habrá que aclarar la conducta del partido y la del Gobierno, porque son muy graves. Las prácticas de espionaje, más o menos rudimentarias, son frecuentes en la lucha de poder interna de los partidos, pero en este caso podrían haberse implicado instituciones y recursos del Estado con el fin de ocultar una presunta actuación ilegal de dirigentes del PP. La opinión pública juzgará si la reacción de Pablo Casado, tratando de apartar el caso del partido, ha sido correcta o han estado más correctos su portavoz y Feijóo, asumiendo el problema como propio del PP, el primero, y aceptando una investigación, el segundo. Recuérdese que Rajoy despachaba la corrupción relacionada con el partido diciendo que correspondía a una etapa anterior a su presidencia y que Casado ha seguido la misma táctica, sin caer en la cuenta del daño que este escándalo está haciendo al partido, que fue abandonado por millones de votantes, entre otras razones, por el 'caso Bárcenas', sin cerrar.

Tampoco debemos ignorar que el asunto está ya en el ámbito judicial, al que los políticos españoles son cada vez más asiduos. Y que ese terreno está embarrado por los partidos, que no han conseguido renovar la composición del Consejo General del Poder Judicial, su órgano de gobierno. Pablo Casado afirmó con rotundidad en un pleno reciente del Congreso que este era un problema del Gobierno, rehuyendo el necesario pacto. Los españoles vienen manifestando de forma reiterada a través de las encuestas su confianza en la profesionalidad de los jueces y su desconfianza en la independencia del poder judicial. La despolitización de la justicia se ha convertido en un clamor de la sociedad española, al que los partidos hacen oídos sordos.

Nada de esto es tampoco novedad. Pero la creación de una comisión parlamentaria para investigar este escándalo, mientras se ha impedido la formación de otra que indagara en la financiación de Podemos, en un ambiente tan enconado a pesar de las buenas palabras llamando al acuerdo y a la unidad, desliza la política española por una pendiente diabólica que puede terminar con lesiones de consideración en la ya deteriorada imagen de los partidos enfrentados. Solo falta que como resultado de la espiral de ataques y contraataques que vamos a presenciar, las cosas importantes queden sin hacer, olvidadas tras los escándalos, y la alternativa al Gobierno, el papel que debe desempeñar el PP según Casado, acabe en ruina. Eso sí sería verdaderamente grave para nuestra estimada democracia española.