A veces uno se propone leer un libro, o continuar alguna serie y cuando está por fin toda la casa en silencio se escucha de pronto la tele del vecino a todo volumen que por lo que sea siempre elige algún programa en el que los invitados chillan entusiasmados de sí mismos, añadiendo ruido al alboroto, queriendo participar todos a la vez sin que ninguno tenga en realidad nada que decir, pero se cubren unos a otros los insustanciales comentarios no haciéndose caso y solapando los turnos durante horas. Y no queda otra que aplazar ese momento de ver la serie o leer el libro.

Esa misma sensación la tengo ahora en general, no es el vecino el que pone a todo volumen la tele o las noticias, pero siento como si el mundo berreara constantemente cada cosa que ocurre y no hubiera forma de escaparse, como si todo sucediera en mayúsculas y se nos gritara todo a la vez, porque es importantes, decisivo, crucial, y se nos empuja a posicionarnos en los numerosos debates, elegir colores, diferenciar amigos de enemigos, aliados de contrincantes, porque todo es una pelea constante que no quiere dejar libre a nadie. Pero igual que me ocurre con los programas del vecino, no me entero de nada, demasiadas voces a la vez no producen más que ruido, un coro de discordia desgañitándose que sólo añade decibelios al barullo.Pero por lo visto se está decidiendo a cada momento la vida, el futuro y el destino y yo que no me aclaro con lo mío y tengo que dejarlo siempre para otro momento que nunca encuentro.

Así andamos últimamente, preocupados sin descanso por cosas que no vamos a solucionar nosotros mientras no nos queda apenas tiempo para solventar lo que sólo está en nuestras manos. Y entonces no se soluciona nada y todo se vuelve un laberinto de conflictos sin salida.