Siempre he sentido un gran respeto, además de agradecimiento, por el Ateneo malacitano. Institución ejemplar en tantos sentidos, que honra a la ciudad en la que nací, Málaga. Siempre recordaré mi emoción cuando me pidieron un artículo de opinión para el número de junio del 2011 de su espléndida publicación, 'El Ateneo del nuevo siglo'. Se esperaba de mí una opinión sincera y lo más objetiva posible sobre las luces y las sombras de la industria turística española. La verdad es que lo intenté. Sobre todo por ese respeto a la modélica institución que requería mi modesta colaboración y a una actividad profesional a la que he dedicado los mejores años de mi vida. Titulé aquel texto de esta misma forma: 'Codicia y estupidez'.

Hoy, nueve años después, en un mundo muy diferente, me entristece el leer de nuevo estos párrafos:

«Probablemente habré publicado hasta el día de hoy unos trescientos artículos y algún que otro ensayo, tanto en prensa diaria como en revistas especializadas, sobre ese mundo que conocemos vagamente como el turismo. He tocado bastantes facetas, con mayor o menor fortuna, generalmente relacionadas con mis propias experiencias durante una trayectoria profesional que ha coincidido en el tiempo con el algo más de medio siglo de existencia que se le suele atribuir a la industria turística española como tal.

Hasta cierto punto no es fácil el acumular tantas vivencias y recuerdos - y sus repercusiones emocionales- de unos tiempos que tuvieron unos comienzos casi mágicos (había algo bíblico en poder hacer brotar el agua de la prosperidad en aquellos eriales) y una posterior consolidación que en muchos lugares degeneró en la corrupción sistemática y en la destrucción de valiosos patrimonios naturales y culturales. Citaba Paul Theroux en la primera página de su libro ('Las Columnas de Hércules') una frase de James Joyce, sacada de una carta a su hermano Stanislaus: «¿Alguna vez te has puesto a pensar en lo importante que es el Mediterráneo?» Era obvio que en la mayoría de las costas del Mediterráneo español muy poca gente -casi nadie, en realidad- había pensado eso.

Las hemerotecas acumulan noticias, informes y denuncias a lo largo de demasiados años de codicia y estupidez y sus consecuencias. Es un material fascinante. Sin duda esta saga puede presumir de ser protagonista de una documentación tan rica como extensa, generalmente objetiva y de un gran interés para el estudioso. Sin olvidar su capacidad de inspirar obras literarias e incluso un buen cine o su impacto en el sistema de valores morales y éticos de las colectividades sociales afectadas.

En cuanto a la imagen internacional de España, no podemos olvidar que el 26 de marzo de 2009 el pleno del Parlamento Europeo aprobó el demoledor Informe Auken. Con el voto en contra de los parlamentarios del PP y la abstención de los del PSOE, el pleno de la cámara europea instaba a las autoridades españolas a intervenir en defensa de los intereses fundamentales de los residentes de la UE en las zonas turísticas españolas, duramente castigadas por la corrupción y los excesos urbanísticos.

Esa flora tóxica de la corrupción endémica y la destrucción de un mundo que nuestros descendientes nunca podrán ver, se instaló muy pronto en nuestras zonas turísticas más destacadas. Ya en 1969, en su maravilloso libro sobre su regreso a España - 'La Gallina Ciega'- nos contaba el maestro Max Aub lo siguiente: «Por todas partes, circundando todas las playas, envolviendo todos los pueblos, hoteles, bloques de pisos para alquilar o vender; sobre todo para vender porque aquí no sólo venden la tierra, sino el aire, la vista, el mar».

De todas formas, me permito terminar este escrito con una pregunta que me hago frecuentemente. Es cierto que en el 'ranking' de los países que han cometido graves errores en la gestión de sus activos turísticos España tiene una nada envidiable posición de primera fila. También es cierto que aun así, podemos alcanzar resultados en nuestras actividades turísticas que podemos definir como razonablemente positivos. La pregunta es: ¿Cuáles serían hoy las rentabilidades sociales y económicas de nuestros destinos turísticos españoles, si en nuestras actuaciones no hubiera existido tanta codicia y tanta estupidez?»

Hasta aquí la cita de mi modesto texto. Es bien sabido que en estos siniestros nuevos tiempos, ensombrecidos por las amenazas de cambios climáticos y pandemias, muchos destinos turísticos lo pueden tener bastante complicado. Especialmente aquellos que no siempre han protegidos los valores estéticos, medioambientales y sociales de sus patrimonios turísticos. Pues es innegable que se enfrentan en la actualidad a unas situaciones poco tranquilizadoras. ¿Es excesivamente suave ese eufemismo que he utilizado? ¿Debería haberme referido a unas situaciones profundamente inquietantes? El tiempo lo dirá.