La pandemia nos está regalando tantos problemas como evidencias. Hasta la fecha, la problemática a la que se debía enfrentar un político de gama media era algo pasaderamente asumible: problemas eternos y trillados, elementos sociales que se llevan rebatiendo con el mismo argumentario durante décadas según el partido y poco más. Alguna situación difícil ecológica, una crisis financiera ajena o el terrorismo se confirmaban como los mayores problemas a los que un equipo de gobierno debía dar salida.

Igualmente, si eras limitado intelectualmente pero con un mínimo de responsabilidad, podías rodearte de gente válida o mantener un minucioso silencio de tal manera que te mantuvieras en el puesto el tiempo suficiente como para quedar bien con tus votantes y tu familia -política y privada-.

Pero llegó el virus maldito pidiendo los papeles, las escrituras y gritando aquella pregunta que acuñó La Veneno -que Dios la tenga en su gloria- de «¿Qué currículum tiene esta tarántula?». La cosa se ha puesto seria y los gobernantes de bajo nivel y con pocas capacidades están saliendo a flote como la espuma oscura se eleva en la olla del puchero a medio hacer.

Pero igual de cierto es que, a pesar de los pesares, la situación ha pillado con la portañica abierta a todo el mundo. Nadie se imaginaba la catástrofe y de un día para otro se convirtieron en ciegos con palos todos los que ordenan el sistema del mundo civilizado.

Según el momento, algunas acciones eran capitales y otras no tanto. Según el momento, primaba la salud o el dinero. Pero siempre ha existido la duda entre morir de covid o de hambre puesto que, lo verdaderamente importante -que era no morir- no se llegaba a solucionar. Y en esas seguimos. Con cierres y aperturas pues se contaminan conceptos hasta destruirlos. Y uno de ellos ha sido la hostelería.

En este sentido, cabe ser serios y asumir que hay prácticas del todo intolerables. El majarón escupiendo bebida sobre la gente, el empresario listillo incumpliendo las medidas y metiendo a medio mundo en su local o la ingenua propietaria que no sabía que no se podía son algunos de los ejemplos que han hecho que una gran masa demonice a un sector tan necesario para todos.

A día de hoy, está prohibido abrir bares de copas, no se permite consumir nada en ningún local de hostelería más allá de las doce -hasta la una para ir recogiendo- y no hay discoteques aperturadas.

Y quizá sea de sentido común pues resulta relativamente obvio que el contacto y las junteras no son buenos amigos del virus. En cualquier caso, resulta extraño que, tras más de un mes desde el cierre de los mismos y las nuevas limitaciones, el resultado siga siendo malo y el escenario empeore conforme pasan los días. Es por tanto que, quizá, no esté el virus en las discotecas ni los bares de copas.

Evidencias científicas solamente pueden sacar los que se dediquen a ello pero no es nuestro caso pues ninguno lo somos -salvo que lea esto Fernando Simón o el Doctor Beakman-. En cualquier caso, si pasado un buen plazo de tiempo, observamos que una medida no incide en la disminución de casos, quizá pueda ser porque no provoque tal efecto.

Bailar pegados no es bailar, eso se sabe, pero beberse algo fresquito con otras personas, sentados en una mesa y hablando de sus cosas, resulta igual de arriesgado a las 16:03 que a las 03:45. Poco cambio hay pues la gente lo único que está modificando es el timing para coger la papa. Pero el resultado es el mismo.

Antes del virus, veías a la gente afectada a las dos de la madrugada, con los ojos como platos y el botón apretado. Ahora sucede a las doce y media de la noche pues se han amoldado y los almuerzos se alargan hasta la eternidad. Algo no cuadra.

Y por el camino, el chorreo es preocupando. Se está derramando el porvenir de mucha gente. Y el riesgo de exclusión empieza a ser alarmante. Nos falta gente trabajando y recomponerse será complicado.

¿Qué por el camino habrá pecadores que paguen justa condena? Seguro. Como en cualquier sector. Pero resulta ilícito e injusto que se apliquen normas restrictivas una vez que pase un tiempo y la cosa no funcione de igual manera.

El negacionismo es absurdo. Sea cual sea su sentido. Pero hay sectores como el de la hostelería, que precisa de una atención importante. ¿Que se tienen que cerrar los bares porque de lo contrario vamos a caer como chinches? Pues que así sea; pero que se atienda con prioridad a dicho sector pues existen comunidades como la andaluza donde su peso es clave y el fracaso del negocio se traduce en el hundimiento de miles de familias que de nada tienen culpa y lo único que saben es salir cada día a partirse la cara para llevar un jornal a su casa.

Hay que navegar con cuidado en el mar de la hipocresía en torno a un sector muy castigado por la pandemia y del que muchos, de dentro y fuera, quieren sacar tajada sin sudar la camiseta.

Hay una hostelería responsable, noble y necesaria que está dando la cara -con la mascarilla puesta- y es ejemplo para un país entero.

La semana que viene se manifiestan para pedir auxilio. Sí. Los mismos que hace unos meses te pedían una millonada por un vaso con muchos hielos, un refresquito y un chorreón de alcohol. Pero también los que creaban lugares de ocio bueno, divertido y honesto. Protestarán todos. Pero sin diferencia, necesitan del respaldo de la administración pues igual que con Hacienda, «Los bares somos todos».

Y es que una tostada, una caña, la tapita o el nosequé cola que te estabas pidiendo antes de la pandemia, sostenía un entramado vital del que vive mucha gente.

Se habla de comercio justo y uno piensa en un paquete de café del quinto pino. Pero más justo es, hoy en día, que echemos una mano a los negocios de aquí para conseguir sostenernos entre todos. La cuerda está tensa y seguro resistirá.

Repito: los bares somos todos.

Viva Málaga.