La familia Serrano regresó de sus minivacaciones en Cádiz a su domicilio habitual en la capital de la Costa del Sol. Este año, por culpa del bicho, habían sido menos días y con menos gasto, pero con algún ahorrillo de aquí y allá cambiaron de aires los cuatro. Dejaron el coche en el garaje y subieron en el ascensor hasta el segundo, acumulando maletas, bolsas y hasta una tabla de surf que el hijo, Nacho, había comprado en una excursión a Tarifa.

Cuando el padre, Jacobo, quiso introducir su llave en la puerta no pudo, probó otra vez, recordó si había que hacerlo con la llave invertida, pero no, nada, que no se podía. ¡Era otra la cerradura! Su mujer lo miraba preocupada. A ver, déjame a mí. Tampoco. En ese momento, la puerta se abrió y un joven en camiseta y bañador preguntó alterado, ¿qué están haciendo, coño? Jacobo solo pudo articular un ¿cómo?, porque su interlocutor lo apartó de un empujón con las dos manos en el pecho. Fuera de aquí, esta casa es mía, se la he comprado a unos tíos y tengo un contrato, como vuelva a verles les denuncio a la Policía. Vámonos, le dijo ella a su marido.

Ni en sueños podrían haber tenido peor pesadilla. Estas cosas les pasan a otros. Unos okupas habían elegido su casa. Llamaron al vecino pero no contestaba pese a que habían escuchado ruidos, quizá estaban asustados y no querían complicaciones. Bajaron de nuevo todos los bártulos al garaje y Jacobo llamó a un amigo abogado que podría darle algunos consejos. Por suerte -la única en todo el día- lo localizó a la primera.

Mira, Jacobo, lo tenéis mal. Te explico. Son mafias que ocupan las casas y las venden a gente que saben que pagarán un dinero por ellas. Hay dos posibles demandas judiciales, ejercer acciones civiles y seguir la vía penal por allanamiento de morada, pero por aquí échale tiempo, y por la otra quizá menos pero va para largo.

¿Y si llamo a la Policía?

La Policía no se va a atrever a entrar salvo que los cogieran in fraganti y con testigos, porque esta ralea va a invocar el artículo 18.2 de la Constitución por el que cualquier domicilio es inviolable sin una orden judicial€

Pero el domicilio es mío... y todas nuestras cosas están dentro...

Pero ahora tiene otros moradores. ¡Ah! Y no se te ocurra hacerles algo porque el que va a la cárcel eres tú, no ellos. Así están las cosas, amigo.

Pero habrá alguna manera... he leído que hay quienes desalojan a esta gentuza de las casas de las que se apropian...

Puedes intentarlo pero... muchos propietarios lo que hacen es pagarles una cantidad, cuatro o cinco mil euros para que se vayan, y así ellos ganan una diferencia entre lo que pagaron y lo que les das.

Pero ¿y el derecho a una tutela judicial efectiva?, ¿dime tú de qué sirve ser honrado y cumplir las leyes si cuanto te pasa esto la ley no te protege?

Te entiendo perfectamente y estoy contigo en todo lo que pueda ayudarte, pero no vamos a descubrir ahora el sentido político de muchas leyes y quiénes son los que nos gobiernan, y los que nos han gobernado también, que son los que les han abierto la puerta a éstos. Lo primero que te aconsejo es que busquéis una casa donde pasar los próximos días.

Jacobo y Mercedes, ante la mirada de sus hijos, que no daban crédito a este suceso surrealista del que estaban siendo protagonistas involuntarios, se sentaron en el capó del coche.

Tenemos que empezar a hacer cosas, muchas. Primero, buscar información de quiénes son los malhechores, pregunta a todos los vecinos que puedas, yo voy a llamar a un inspector de Policía amigo para que también nos dé ideas. Lo que tenemos que tener claro es una cosa, hay que luchar, de pagar nada, nosotros ya estamos jodidos pero ellos no se van a ir de rositas. Esto es la guerra, Mercedes.

Y ella le abrazó con más fuerzas que nunca a la vez que cerraba los ojos. Rubén Darío había escrito hace mucho:

Juntos hemos visto el maly en el mundano bullicio,cómo para cada vicio,se eleva un arco triunfal.Vimos perlas en el lodo,burla y baldón a destajo,el delito por debajoy la hipocresía en todo.