Una Cenicienta con zapatos pintados y un vestido de noche hecho con unas cortinas de c se convirtió en Princesa del Mar. Ese fue el primer paso hacia la fama de la espigada adolescente de 14 años que a sus 86 años, cumplidos hoy, continúa siendo la más bella Venus del sur. Rotunda, carnal, creyente de sí misma, y a la vez símbolo cinematográfico de las mujeres honestas, de las madres trabajadoras, de las esposas que se apasionan y zurcen con ternura y esfuerzo todo lo cotidiano y su revés. Ha sido siempre capitana del barco de su destino, como escribió en su libro de memorias Sofia Villani Scicolone que luego fue Sofía Lazzaro en las telenovelas fumettis que protagonizó de 1950 a 1954 cuando la chica inocente del 28 de diciembre fue elegida para la película «La ladrona, su padre y el taxista» de Blasetti -el padre del neorrealismo junto con el maravilloso guionista Cesare Zavatini en «Cuatro paseo por las nubes»- sobre el estraperlo y la picaresca y se transformó en Sofía Loren. Maravillosa asomada a una ventana, igual que el cuadro de Dalí sobre su hermana, su juventud en relieve, como sus labios y sus ojos rasgados en verde. Aquella Princesa del Mar que a los 15 fue Sirena del Adriático y a los 17 Miss Elegancia en un certamen donde el carisma de su mirada y el reloj de arena de su figura enamoraron a Carlo Ponti, había dejado atrás su infancia refugiada en un túnel con ratas y en un bar de gritos tatuados en bravío napolitano, bajo las bombas. Humilde, de hambruna después de que los alemanes dejasen Italia moribunda y el polvo de la supervivencia se metiese en los ojos de quiénes no sabían si existía el sueño de un futuro por delante. Infancia con la que su marido productor y el director, Vittorio De Sica, que mejor prolongó en la pantalla su veracidad natural, la riqueza de sus registros en la comedia y en el drama, podrían haber firmado una de las mejores películas del áspero neorrealismo. No obstante se acercaron bastante al género con la conmovedora película «La ciociara» (Dos mujeres en la traducción que nada tiene que ver con La Campesina) basada en un cuento de Alberto Moravia, y premiada con un Óscar por su interpretación epidémica.

Hasta esta película de Sofía Loren los ojos sentimentalmente rotos de la tragedia y el coraje eran los de Anna Magnani -inmensa en «Bellísima» y «La rosa tatuada»- a quién le ofrecieron el papel de madre en medio de la guerra, violada junto a su hija por los nazis y enamorada de un intelectual comunista interpretado por un estupendo y joven Jean Paul Belmondo. Esa furia racial que se negó a darle al personaje la actriz dramática permitiría que la joven belleza en aventuras de la guerra española de independencia y de desiertos con tesoros, junto a Frank Sinatra, Cary Grant y John Wayne, emergiese poderosa, sensible, desgarradora. El espíritu que Sidney Lumet le había intuido un año antes en «Esa clase de mujer» y que estallaría en su plenitud en 1970 con la espléndida «Los girasoles». De Sicca de nuevo al otro lado de la cámara, dejándola ser ella misma, conteniendo a la vez su vigor escénico, y disfrutando de la magia que transmitía junto a su pareja de cine, Marcelo Mastroniani. El tercer hombre del triángulo con el que, junto a su tres dones interpretativos: belleza, credibilidad, emotividad, construyó cruzándolos su estrella de cine y símbolo.

Nunca antes un simple «Sí» en inglés como prueba de pantalla para una escena de relleno dio tanto de sí. Es lo que protagonizó para entrar en «Quo vadis» y subir al año otro peldaño en la comedia «Las noches con Cleopatra» de Mario Mattoli, conuna imagen más rosa que libidinosa pero que le abrió las puertas para viajar a Hollywood donde enamoró a los galanes de la época como William Holden, Peter O'Toole, Marlon Brando, Anthony Quinn que nada lograron con la Afrodita/Athenea enamorada del Pigmalión que le había dado un nombre y la carrera a medida hacia el reino de Cinecittá. El paraíso de Fellini y de una excelente nómina de directores como Visconti, Luigi Comencini, Rossellini, Antonioni, y de cuyo embrujo salió, un año después de «Dos mujeres», la popular «Ayer, hoy y mañana» con su inmortal escena escultural en lencería y un seductor striptease frente a un fascinado Marcello. Muchos años después ambos escogieron ese momento para repetirlo en «Prêt-à-porter» de Robert Altman, y evidenciar su química y el erotismo que también representó la actriz, aunque nunca estuviese entre sus tres mayores divas: Claudia Cardinale sensual y distante; Virna Lissi, la Marilyn italiana, y Mónica Vitti, misteriosa y melancólica. No obstante la carnalidad más cercana de ese encanto fue Sofía Loren, una mujer íntima y de carácter, deseable y real con sus curvas y caderas -se negó siempre a las exigencias de Hollywood para que adelgazase, y defendió su belleza de mujer mediterránea y de medidas de andar por la calle- con cierta infelicidad, dudas y lealtades que llevó al esplendor en una de mis preferidas películas suyas, más atmosférico y sensible su título en italiano «Una giornata particolare» de Ettore Scola. Un relato sobre el fascismo, la homosexualidad reprimida, y un canto melancólico a la amistad con un importante personaje invisible que es la fotografía en tonos sepia de Pasqualino De Santis. Hay que valorar más en las autopsias cinematográficas esta disciplina que le confiere poesía a la historia, y la música que es la piel de lo que se cuenta. Dos personajes interiores del cine con nombres de premio.

Siempre supo Carlo Ponti escogerle bien los papeles a Sofía Loren, y ella supo enriquecer con su talento los tres géneros de los que les voy contando: El de este periférico neorrealismo amargo e introspectivo evolucionado hacia el cine francés -aunque ella no fue la musa del movimiento al que si le pusieron rostro Gina Lollobrigida y Silvana Mangano-; el de las narraciones norteamericanas de acción con títulos notables como «Arabesco» de Stanley Donen y con Gregory Peck en una vibrante intriga hitchcockiana que no da respiro al espectador, con sugerentes imágenes vistas a través de vidrios dibujados, lentes, cristales con reflejos, juegos de espejos, retrovisores, y planos contrapicados tomados bajo una mesa de cristal, un buen guión dirigido y un excelente feeling entre la pareja en una metáfora de la vida como un enredo de mentiras, ocultaciones, falsos desmentidos y ficciones, que hacen muy difícil y con frecuencia imposible descubrir la verdad. Y también «La condesa de Hong Kong», una incomprendida película de Chaplin sobre la idea de la vaciedad de los personajes, la inutilidad de las apariencias y la necesidad de amar, con toda la esencia de su personaje de Charlot. Y finalmente el de la tragicomedia con sesgos morales cuyo máximo exponente es «Matrimonio a la italiana» donde desempeña el fabuloso personaje de la bella Filomena Marturano, que entra a trabajar a un prostíbulo porque no encuentra otra forma de pelear la subsistencia, donde conocerá a Domenico Soriano (Mastroianni), un caballero burgués que la retira de la profesión más antigua del deseo y la lleva a vivir a su casa. Una historia por la que fue nominada sin éxito al Óscar pero si obtuvo seis Premios David di Donatello a la Mejor Actriz, un récord que se mantiene en la actualidad. Con cada una de estas películas y esporádicas apariciones de su fulgor como en «El viaje» por la que recibió la Concha de Plata a la Mejor Actriz del Festival de Cine de San Sebastián en 1978, se fue retirando del mercado del cine para crecer y educar a sus hijos, y ponerle voz al perfil real de las mujeres, cosificadas por los cánones de la moda que ignora a las denominadas curvis y el atractivo esplendor de la madurez femenina. La edad que Sofía Loren abanderó en su libro «Confidencias de Mujer» donde comparte su visión de la belleza en la madurez sobre la que dice: «A diferencia de la belleza juvenil, la belleza madura es más consciente y sofisticada, requiere esfuerzo pero también es más rica y compleja».

No sólo lleva razón, sino que da ejemplo con su actitud y dignidad, con el talento y lo regiol que sique transmitiendo a su edad, como acaba de hacer en «La vita davanti a sé», en inglés The Life Ahead, dirigida por su hijo Edoardo y en la que interpreta a Madame Rose, una superviviente del Holocausto y prostituta jubilada, que en su casa abre una guardería para niños de otras prostitutas inmigrantes. Un personaje que interpretó otra maravillosa mujer real de cine como Simone Signoret, y que fue Óscar en 1978 a la mejor película extranjera. Un buen broche a su carrera, premiada con la segunda estatuilla dorada a su trayectoria en 1991, este respaldo a su hijo con esta oportuna reivindicación de la tolerancia y la integración. Y principalmente de las mujeres orgullosas de sí mismas, con vitalidad frente a las adversidades, disciplina para una rutina saludable y defensoras del agua, de las verduras, de la pasta con tomate, del aceite de oliva y de la risa. También de ese punto de natural coquetería como alegrase los labios con el color cereza. El del lápiz que en otoño de 2015 lanzó Dolce&Gabana en homenaje a esta actriz que sigue celebrando el disfrute de la vida, rodearse de la gente que tiene buena conversación, cuidarse de quiénes compiten con falsas sonrisas, la importancia de pensar en cosas positivas y cuando la ocasión lo merece brindar con Dom Pérignon, por ejemplo hoy.

Toda una lección, la de esta bella orquídea napolitana con corazón de girasol.