Lo malo del lenguaje escrito es que pierde el soniquete y la gran riqueza de los dejes. Y es que, si bien es verdad que las reglas comunes e invariables con las que se plasman las grafías aportan estabilidad y seguridad normativa frente a posibles dispersiones babelianas, no es menos cierto que cada matiz, cada quiebro y cada impronta propia de las provincias andaluzas nos riega, le pese a quien le pese, con la incomparable gracia del acervo lingüístico de cada palmo de tierra. Acervos, dicho sea de paso, que no deben confundirse nunca con el mal uso del leguaje. Eso, por supuesto, es otro tema, otra cosa. En cualquier caso, no soy yo de los que prefieren la grisácea homogeneidad de lo uniformado. Porque, claro, no es lo mismo decir, aunque el oriundo intuya en su cabeza los matices sonoros, «la virgen, compadre, viejo, estoy hecho pedazos, socio», que «la vin compae, vieo, toy hecho peasos, sosio, ¡foh!»; un poner, verbigracia, de los de «al pie de Sierra Nevada, al pie del viejo Albaicín». Tampoco Málaga se queda corta en lo que supondría la gran ridiculez de trasladar a la pureza normativa de la grafía expresiones como «no estás tú chalado ni nada». Una oración que, en su asepsia valorativa, descoloca por su triple negación, pero que, dicha en el tono que le es propio, «no tah tú shalao ni na», no deja género alguno de dudas sobre su sentido, tono o intencionalidad. Ni tampoco sobre el carácter afirmativo de la chaladura o, mejor aún, «shalaura», por mantener la línea. Sepan que quienes acumulan sabiduría, calle, kilómetros y tablas también dominan los dejes. Como el maestro De Loma, que al arrojarle yo un guante verbal con pirueta «granaína», no tuvo más que recogerlo con la habitual cortesía que por naturaleza le es propia para responder con un «cucha». «Cucha, Pedro», me dijo, «que yo también me he tomado por tu tierra mis buenas cervecitas». A lo que yo, por supuesto, no podía ser de otra manera, agaché las orejas, pues no tengo problema alguno en envainármela con humildad cuando la razón se me impone. Pero no tanto por el cucha, que podía ser impostado, sino por el hecho de las cervecitas. Porque si me hubiera dicho «servesitas» le hubiera descubierto el farol híbrido de la mezcla «granaíno-sevillista» a kilómetros, pero, como les digo, no fue el caso. El asunto, como ven, no se sostiene en lo meramente coloquial. De hecho, la cosa adquiere ricos matices habida cuenta de que, tan sólo con la variación de un grafema, podemos adquirir grandes distancias semánticas y sintácticas. Así, por ejemplo, el referido «cucha», tan de Granada, tan de Jaén, clara variación del imperativo «escucha», se torna interjección impropia al estilo de ¡caramba! cuando de la «a» derivamos a la «i», esto es, «¡cuchi!». Flores todas ellas que, insisto, desde mi punto de vista, se alzan como parte de la riqueza que siempre ha atesorado y seguirá atesorando Andalucía. Tengan también en cuenta, que las modalidades de pronunciación, en ocasiones, dan un paso más allá y superan la simple equivalencia de la lengua común, puesto que, si bien es posible elegir entre «la virgen, compadre» y «la vin, compae», no siempre se nos ofertará una equivalencia optativa puesto que, desde otras evoluciones territoriales, bien podemos decir que «este coche está towapo» pero queda fatal referir que está «todo guapo».

En el terreno de la afirmación y la negación, mejor no entramos porque ya es cosa de maestría, de cátedra. Valga como única referencia el sentido final afirmativo de la triple negación, «no ni na» y de la oposición afirmativa-negativa-interrogativa, «sí, ¿no?». Así como, bajo el mismo hilo, multitud de variaciones genitales que, anexas, alteran el sentido de dichas conjunciones, pues, al final, siempre que vaya en exclamativo, el enunciado «¡no hay cojones!» es que sí, mientras que «sí, la polla» es que no. Pero no se compliquen, no se agobien, que estos dones territoriales se adquieren con el tiempo. Viajen mucho por Andalucía, alternen, rían y, quizá algún día, se vean canturreando un «cucha, sosio, que el otro día me encartó entrar a saludarte pero me dio tal regomello interrumpirte al verte con esa pechá de gente que me dije, la vin, compae, que follaero, lo dejamos pa otro día. Foh».