Ya estamos en otoño, la última estación que nos quedaba este año, aunque en el 2020 no son precisamente las estaciones las que van marcando el ritmo, sino más bien el virus y las etapas a las que nos somete, todas con sus elocuentes nombres y su propio vocabulario , van alzando y bajando el telón y presentando los distintos actos, todos nefastos. Ahora estamos en la segunda ola y siguiendo esa terminología la primera debió ser un tsunami porque se llevó a muchos por delante, y a otros tantos arrastró el agua tan hacia dentro en su regreso que todavía no han logrado llegar a la orilla ni a que se les escuche el auxilio que gritan.

Esta llamada segunda ola también va cogiendo cada vez más altura y parece que los muros de contención que apenas se levantaron se están quedando por debajo de lo que se avecina. Es lo que sucede cuando cada uno va poniendo ladrillos por su lado, que las paredes no cierran y el agua se cuela ya no entre las grietas, sino a través de los kilómetros de distancia que separan lo que hacen unos de lo que hacen los otros. Aquí cada uno va por su lado, los ayuntamientos, las autonomías y el Estado, la coordinación es una asignatura pendiente que ha quedado patente que no aprobamos tampoco con la vuelta al cole de septiembre. Ya lo dice el dicho: «Divide y vencerás» y a nosotros nos está venciendo el virus pero el trabajo sucio de dividirnos se lo hemos hecho gratis nosotros. Y parece que todavía no hemos terminado y seguimos allanando el camino con descoordinación, reproches y más división. Aquí nadie arrima el hombro si no es para pegar un empujar y sacarte del sitio.

Y así vamos, añadiendo agua a la ola que se señala como quien añade leña al fuego vestido de bombero.