'Todo está en los libros'. Al menos eso dice el aforismo. Pero al parecer no en los que utilizaron los que nos gobiernan -éstos y los otros; me da igual el sitio, el lugar y la hora; estado, región o ayuntamiento y, de ahí en adelante, sálvese el que pueda- ni en los que leyeron aquellos que no nos gobiernan pero que están 'fritos' por hacerlo -malamente, para que vamos a engañarnos- porque su vocación es el servicio público preventivo.

En los que sí parece estar 'todo', lecciones enteras de civismo, aguante, disciplina y respeto; casi de la 'A' a la 'Z', es en los manuales básicos -los de las cuatro reglas, que decían antes- de esta gente de entre medio metro y metro y medio a los que cada mañana observo perplejo desde la puerta de mi colegio mientras guardan sus colas sin aspavientos ni apretones, mientras esperan estoicamente y con la calma de un sabio Zen sus turnos de entrada y salida, cuando asumen con resignación que van a estar media hora sentados en el comedor escolar sin poder mirarse a la cara y, sobre todo, mientras pliegan perfectamente sus mascarillas -en algún caso, con un tacto exquisito- en esa suerte de cajitas de plástico o bolsas de tela a las que las abuelas les han encasquetado el clásico nombre con apellidos, en el que nunca aparece una tilde...

Demasiado hacen las pobres. Demasiado es demasiado: Demasiado para los niños, para los maestros y profesores, para los auxiliares de conversación, para los monitores de aula, para los conductores de autobús, para los vigilantes de patio, para los conserjes y hasta para las compañeras de las cinco puertas Covid19 que tienen la santa paciencia de tomar la temperatura y medir con cámaras térmicas cómo van los cuerpos mientras acceden los chavales al centro.

Demasiado para todo el mundo. Tanto, tanto, que son palabras mayores escondidas en la letra pequeña de los libros menores de los bajitos en edad escolar, esos que nos siguen dado ejemplo, pero ejemplo de verdad, no como el de los que están al mando que es el del cura que aconsejaba «hacer lo que yo diga, pero no lo que yo haga». Esto es tan 'gordo' y a veces tan contradictorio que nadie se queda sin su parte. Todos agarramos cada día nuestro trozo de pastel en este descomunal marrón descontrolado en el que nos hemos visto sin habernos visualizado.

Mayores, menores, hijos, padres, abuelos, tíos, sobrinos, primos hermanos, primos segundos, simpatizantes y hasta para los 'cuñaos' del chiste. No sólo no se acaba, sino que, como en el milagro de los panes y los peces, cada vez hay más contradicciones e incoherencias para dar y repartir. Más para los de siempre; para los del Puente de Vallecas, para los de Zaragoza y Lorca, para los abuelos de los pueblos confinados de La Mancha, para los currantes que viven al día y que llevan semanas aguardando su turno en la cola de Cáritas. Marrón para todos ¿Ha cogido usted el suyo? Si los guionistas de 'Los problemas crecen' viesen el panorama, quizás optarían por darle una vuelta al asunto. Si algo tenemos claro a estas alturas de la película es eso. Sin duda 'Los problemas crecen' para todos excepto para los de siempre, esos que dan vueltecitas alrededor de la mesa una y otra vez sin terminar de animarse a coger su parte. Los del todo incluido, los del coche oficial, los de las mascarillas tuneadas que van el Congreso de los Diputados a hablar de tonterías basadas en el cálculo político que dan vergüenza ajena, a las de los vestidos de Vogue, a las vicepresidentas de los gorritos y las camisetas reivindicativas, a los que parecen que no quisieron enterarse de la parte de la lección que hablaba de repartir, de vivir con los pies en la tierra y no en el exoplaneta encontrado al otro lado de la Vía Láctea al que se llega en Falcon; del tema que hablaba de cómo ser partícipes de los problemas de la gente de a pie, esos que se pagan el transporte, el billete del bonobús; los mismos que antes no llegaban a final de mes y que ahora no tienen ni para el día 1; los de Vallecas, el autónomo que echa el cierra, el profesional que se ahoga, el periodista en ERTE, el abogado en números rojos, el recepcionista de la cola del paro. A ver si estos días tienen tiempo de repasarse la lección o, mejor aún, que se suban al próximo reactor a la Luna o a Marte, donde ya están y nos dejen con nuestros problemas. Yo me llevaría a los niños del cole al Congreso un par de días para que tomen nota. Sus señorías de ellos, quiero decir; a ver si me entiendes... Me encanta este 'latiguillo' del amigo Paco Carmona, con el que siempre cierra sus post en Face. Por cierto, un homenaje a su gremio, que también las están pasando canutas.

Nota al margen: Si queréis deprimios del todo, no dejéis de revisar el artículo que circula estos días sobre la espartana vida de Angela Merkel, su marido y el piso en alquiler que paga todos los meses. ¡Seguimos para bingo!