La idea es la imagen eterna que de cada cosa existe en la mente divina. Lo expresó Platón y quiero suponer que basó su definición en la «mente divina» porque entonces, en el siglo trescientos y mucho antes de Cristo, en la tribu de los ignaros ya debían ser multitud. Ahora ocurre lo mismo, pero multiplicado por setenta, como mínimo, si se mantienen las proporciones. Demasiados ignaros para mi gusto. Tantos o más que ablandabrevas verbosos, quizá.

La idea, que es el acto mínimo que se despacha de entendimiento, como concepto universal, tanto ha sido la madre de las mayores hazañas de toda índole a favor del ser humano, como la de los más catastróficos errores en su contra, desde que el tiempo es tiempo. A lo largo de la vida del sapiens hubo y habrá buenas ideas, malas ideas y serendipias. Excepto en el caso de don Donald, diríase. Sí, amable leyente, sí, me refiero a él. ¿A quién sino?

En cualquier caso, lo realmente importante de las ideas es su oportunidad. Es un hecho incontestable que las ideas crecen y hacen crecer sus ámbitos de desarrollo cuando coinciden en el espacio-tiempo con la oportunidad. Nunca es tarde si la idea es buena, así que bienvenidas sean todas las buenas ideas por siempre jamás. En este sentido y en estos momentos históricos, seguro que en el negociado de la Naturaleza en el que trabaja el SARS-CoV-2 todos sus hacedores se están frotando las manos. El SARS-CoV-2 está henchido de éxito, pero, lamentablemente, no está muriendo por él.

Lo cierto es que si analizamos la idea de marras desde el cientifismo, con la suficiente perspectiva y con la intención de valorar las estrategias de todos los agentes involucrados en la idea, sin paliativos, habríamos de gritar a toda voz, ¡chapó por el animálculo! No simplemente va ganándole ostensiblemente por mucho a nada a todos los sectores industriales y especialmente al sector turístico, sino que va más allá y nos demuestra que entre sus plúrimos recursos goza del poder suficiente para manipular las voluntades de los más sesudos, haciendo que estos actúen a su favor, a favor del propio virus, quiero decir. Me explico:

Resulta que nuestro vicepresidente y consejero de Turismo, entre otras muchas responsabilidades, con su proverbial mirada pausada y profunda, y con la intención harto meditada a la que nos tiene acostumbrados, para impulsar la economía turística de la exigua oferta alojativa que permanecerá abierta en Andalucía entre octubre 2020 y mayo 2021, se saca de su mágica chistera turística un novedoso bono turístico de trescientos euros para motivar a los andaluces e incentivarlos a que hagan turismo dentro del terruño andaluz durante los próximos ocho meses. Es decir, tal cual uno lo percibe, el asunto es más o menos así:

En un rincón del cuadrilátero, nuestro vicepresidente Bendodo, coreado por nuestro consejero de Sanidad, advierte solemne y sonoramente que si las provincias andaluzas siguen manteniendo su avance sostenido de crecimiento pandémico, al Gobierno andaluz no le temblará el pulso para aplicar políticas de contención más severas. Las que fueren necesarias, añade.

En el otro rincón del cuadrilátero, nuestro vicepresidente y consejero de Turismo Marín, ovante y convencido de sí mismo, proclama la deífica idea de incentivar la transmisión vírica del innombrable con una sesuda y quintaesenciada maniobra turística que agrandará el perímetro del contagio para facilitar que lo que hasta ahora vienen siendo contagios comunitarios a su aire amplíen su rango y se conviertan en contagios por transmisión transcomunitaria propulsada e incentivada por el Gobierno andaluz. O sea, dicho de otra manera:

Mientras don Elías, avisa de que si es necesario le echará el freno de mano al vehículo en el que circula el virus, don Juan, aprovechando que el virus se encuentra en el acmé de su evolución, para no dejarlo en tanganillas, angelito el bicho, le pone un superbólido de F1 a su disposición para que viaje a toda velocidad por Andalucía y, así, a base de idas y venidas, se extienda con soltura y prontitud por todo el territorio andaluz, como debe ser. Brillante la idea, oye... «Ut sementem feceris ita metes», reza la paremia escolástica. Y, sí, así es: «como sembremos, recogeremos».

Cuando las ideas truenan a mi alrededor a mí me da un miedo infinito, pero, en fin, es lo que hay.

Pa ver cosas estar vivo...