La Junta va a monitorizar las residencias de los madrileños en Andalucía. Ay, qué risa. Ya nos explicarán cómo en ese endiablado e intrincado mar de urbanizaciones con miles de casas (8.000 en Calahonda, por ejemplo) repartidas por centenares de kilómetros de costa e interior van a hacerlo. Andalucía en su inmesidad.

Pero el caso es que, si dan con el método y los infalibles rastreadores (¿serán los vigilantes de la playa reconvertidos y con pantalones largos?) logran esa monitorización, la Junta ya puede montar una CIA, un CNI, una brigada de información. Un Mossad. Sí, hombre y ya monitorizados los madrileños podemos monitorizar a los malajes. O a los gorrones, para apartarnos de ellos. O a los abrazafarolas, que la distancia social hay que guardarla. Se puede monitorizar al malafollá, al tacaño, al retrógrado, al machista, al esaborío, qué se yo, al no partidario de las papas con choco, a los negacionistas de los boquerones fritos y a los que dicen que el gazpacho lo hace cualquiera.

Hay que monitorizar al malasombra y al gafe, al que nunca te llama, al que habla mal de todo el mundo, a los terraplanistas, a un señor de Getafe que viene de incógnito, a los más papistas que el Papa, al contrabadista, al que no se toma la última; hay que neutralizar a los que odian al Betis. También a los que dicen «bajo mi punto de vista», que desde mi punto de vista habría que fusilar.

Neutralizar, monitorizar, casi restringir por la cara la libertad de movimientos y la protección de datos. De aquí a nada hay tuercebotas que ponen pancartas de 'madrileños go home'. Monitoriza, que algo queda. Monitorizar las ideas ridículas. Y a los que odian los verdiales. Y a los tiralevitas, arrebatacapas, agoreros y desenmascarillados.

Oiga, ¿es usted madrileño?, bueno pero casi de Toledo y me crié en Socuéllamos. Acabáramos.