En la época de los conectores me fallan las conexiones. Mi casa está llena de conectores USB, porque dispongo de mucha tecnología, y de conectores lingüísticos, porque tengo muchas gramáticas, además de infinidad de enchufes eléctricos. Pero carezco de una conexión firme con el mundo. Veo el telediario y siento que no acaban de llegarme las noticias. Ni yo a ellas. Hay entre la pantalla y mis ojos un abismo por el que hacen agua los significados. El televisor va a lo suyo y yo a lo mío. Vivimos en compartimentos estancos. Un nicho es un compartimento estanco, tan estanco que al muerto de la izquierda le importa un pito quién es el muerto de la derecha. Durante muchos años visité el nicho en el que reposaba mi madre, que tenía por vecina a una tal Eulalia, de la que jamás logré averiguar nada. Eulalia había fallecido dos meses antes que mamá, eran contemporáneas, quizá habían coincidido un día en el metro o en el ambulatorio. Tal vez habían intercambiado incluso unas palabras de cortesía. Pero ahora permanecían ensimismadas, cada una en su propia descomposición, pues los nichos no estaban conectados. Al final, me llevé a mamá, la incineré y arrojé sus cenizas al mar porque me parecía un modo de vincularla al universo.

No sé.

Me gusta la palabra 'conector' aplicada a la lengua. Cuando yo era pequeño, los conectores lingüísticos tenían otro nombre menos técnico. La idea de que haya piezas verbales capaces de transmitir la corriente de sentido de una frase a otra me llena de expectativas. Pienso que quizá un día dé con el conector capaz de unir dos oraciones que en principio no tengan nada que ver entre sí. De eso va el hecho de escribir: de la búsqueda de lo imprevisible. Los poetas lo saben mejor que los prosistas. Pero decía que nunca tuve tantos conectores y tanta desconexión ni tantos comunicadores y tanta incomunicación. Acabo de escuchar un portazo, porque hay corriente, y es como si se hubieran cerrado de golpe todas las puertas del universo mundo y yo me hubiera quedado al otro lado.

¿Podéis oírme?