Gracias sobre todo, que no por culpa del viento, el litoral gaditano no ha sido hasta ahora objetivo privilegiado de los tiburones urbanísticos que han destruido buena parte de nuestras costas. Pero ni siquiera la actual pandemia del coronavirus ni el llamado eufemísticamente 'cambio climático' parece acabar con su voracidad.

Me llega la voz de alarma de esforzadas organizaciones medioambientales como Ecologistas en Acción, que nos avisan de nuevos proyectos para urbanizar partes de un territorio que habían permanecido hasta ahora vírgenes para el disfrute de todos y no sólo de unos pocos privilegiados.

Entre ellos está el del bosque del Rancho Linares, en el término municipal de El Puerto de Santa María, donde, pese a las denuncias presentadas sobre el vertido de toneladas procedentes del derribo de la antigua Residencia del Tiempo Libre de Cádiz, se trata al parecer de levantar una nueva urbanización por parte de un grupo constructor al que los ecologistas acusan de ganarse el favor del Ayuntamiento con el regalo de una rotonda.

«Un nuevo tsunami de especulación urbanística amenaza el litoral. Han empezado a desempolvar viejos proyectos urbanísticos a lo largo de la costa gaditana que pueden destruir sus valores ambientales y paisajísticos sin tener en cuenta la nueva situación generada por la emergencia climática», advierte esa ONG.

«Quieren convertir playas vírgenes, espectaculares acantilados, valiosas marismas y hermosos pinares en urbanizaciones clónicas con miles de adosados, complejos turísticos con hoteles y campos de golf», se quejan los ecologistas.

Se pretende desarrollar nuevos proyectos, entre otros, en las marismas de Trebujena, en las proximidades del parque nacional de Doñana, en el antes citado Rancho Linares, en El Palmar (Vejer) , en los pinares del antiguo pueblo de pescadores de Sancti Petri, en los de La Breña (Barbate), en la playa de Los Lances (Tarifa)

Es como si la crisis de la burbuja inmobiliaria no hubiera servido para nada, como si los responsables directos e indirectos - tanto municipales como regionales- de tantos desmanes urbanísticos a lo largo de nuestras cosas no hubiesen aprendido la lección.

Argumentan los promotores, para vencer las cada vez mayores resistencias vecinales, que se trata de promover un nuevo modelo sostenible, algo en principio tan poco creíble como la responsabilidad social corporativa de las que se ufanan muchas empresas.

Hasta ahora, la oposición vecinal y las acciones legales emprendidas por Ecologistas en Acción y otras oenegés han logrado paralizar algunos proyectos como el de Valdevaqueros, en Tarifa.

La acción ciudadana ha demostrado ser más responsable en la defensa de territorios de gran valor medioambiental, paisajístico y de la biodiversidad que unas administraciones públicas que deberían ser las encargadas de protegerlos.

Y mientras se sigue destruyendo el litoral con primeras o segundas residencias que se aprovechan sólo un par de semanas o de meses al año, se abandonan los bellos centros históricos de localidades como El Puerto de Santa María, la de los cien palacios, que se van convirtiendo rápidamente en ruinas sin que nadie parezca capaz de poner remedio a tan visible deterioro.

Dicen que el principal problema es el abandono del casco histórico por las familias que se trasladaron años atrás a las urbanizaciones y viviendas muchas veces ilegales del municipio. Y uno se pregunta si se está haciendo algo, ahora que se habla tanto de teletrabajo, por atraer a jóvenes, nacionales o de fuera interesados en practicar esa actividad a domicilio en las soleadas tierras del Sur en lugar de en las aglomeraciones urbanas o en medio de las brumas del Norte.

Frente al turismo de masas, un fenómeno en segura decadencia, entre otras cosas por el calentamiento del planeta y el impacto en los viajes de la actual y futuras pandemias, es preciso desarrollar nuevas alternativas para dar vida a nuestros pequeños municipios, donde va a crecer de modo exponencial el desempleo si no se le pone a tiempo remedio.