Me decía un sobrino, duro polemista, hace unos días, en una interesante conversación sobre la injusticia del etiquetado de las personas, que no le parecía razonable despreciar a una persona por su forma de pensar. Y me hablaba de una mujer del pueblo, votante de Vox, a la que consideraba una buena persona. Le dije que toda persona merecía un respeto, como persona que era, pero no lo merecían igualmente las ideas que profesaba o defendía. Tengo que respetar a las personas, le decía, pero no tengo que respetar lo que considero una falsedad, un error o una perversión del pensamiento.

No puedo respetar, por ejemplo, esa cutre, torpe, repugnante, fascista (dejo muchos adjetivos en el tintero) postura de Vox sobre la ideología de género. La desprecio profundamente. No a las personas que votan a Vox sino esa postura que sostienen y que convierten en una bandera.

¿Cómo puede negarse que existe el sexismo y que tiene un arraigo todavía muy profundo en todas las esferas de la sociedad? ¿Cómo puede negarse que existen víctimas del sexismo imperante? ¿Cómo puede negarse que existe discriminación de la mujeres por el hecho de ser mujeres?

Hace menos de un siglo decía Pilar Primo de Rivera, hermana de José Antonio, fundador de la Falange, lo siguiente: «Todos los días deberíamos dar gracias a Dios por habernos privado a la mayoría de las mujeres del don de la palabra, porque si lo tuviéramos, quién sabe si caeríamos en la vanidad de exhibirlo en las plazas. Las mujeres nunca descubren nada; les falta el talento creador reservado por Dios para las inteligencias varoniles. La vida de toda mujer, a pesar de todo cuanto ella quiera simular -o disimular- no es más que un eterno deseo de encontrar a quién someterse€».

¿Cómo se puede decir que este tipo de argumentos no son fruto y alimento de una ideología que convierte en víctimas a las mujeres? Y es una frase de una mujer. Lo he repetido hasta la sociedad: no hay mayor opresión que aquella en la que el oprimido mete en su cabeza los esquemas del opresor. Digo esto porque en Vox también militan muchas mujeres.

El sexismo sigue imperando en todos los ámbitos de la sociedad. ¿Cómo puede negarse que en el lenguaje (la forma de hablar de las mujeres y sobre las mujeres) existe una impregnación sexista?

Acabo de leer en la página 293 del libro El corazón es un cazador solitario, de Carson McCulles, la siguiente anécdota:

- Escucha una adivinanza, dijo George.

- Escucho.

- Dos indios van por un camino. El de delante es hijo del que va detrás, pero el de detrás no es su padre. ¿Qué parentesco tienen?

- Veamos. Es su padrastro.

- George sonrió a Portia con sus dientecillos cuadrados, azules.

- Su tío, entonces.

- No lo adivinas. Es su madre. El truco está en que tú no piensas que un indio sea una mujer.

La mujer se esconde bajo los genéricos. La mujer desaparece. Cuando decimos que van dos indios por un camino, no imaginamos que sean dos mujeres o un hombre y una mujer. Y así en todo. Así siempre.

¿Cómo negar que las expectativas que se formulan sobre las niñas suelen ser menores que las que se albergan sobre los hijos? Sigue existiendo un mayor número de médicos, de catedráticos, de ingenieros, de políticos, de pilotos, de jueces varones€

¿Qué decir de las muertes que se producen cada año en este país y en el mundo? Son muertes que provienen de un sentimiento de propiedad del macho. «Tú eres mía». «Tú no puedes ser de nadie más». «Tú eres un objeto de mi propiedad y puedo hacer contigo lo que quiero, incluso quitarte la vida».

Y claro que las cosas han cambiado, pero no habrá sido por las personas que piensan como los militantes y simpatizantes de Vox. Claro que las cosas han cambiado pero no de manera suficiente, porque todavía siguen habiendo víctimas.

La demagogia en los planteamientos de Vox no puede ser mayor. Se opone a la existencia del Día de la Mujer. Y este es su peregrino argumento: «Acordarse de las mujeres solo un día al año es no valorarlas». Es decir, que las mujeres y los hombres que celebran ese día, se olvidan de las mujeres los 364 días restantes del año. Pero los militantes de Vox, las admiran y valoran día a día, con un entusiasmo acendrado.

Dice Vox que no se debe hablar de violencia de género sino de violencia intrafamiliar, como si todo tipo de violencia fuese de la misma naturaleza, como si la violencia que puede ejercer la mujer sobre su pareja en algún caso (que también existe), fuese equiparable al terrible poder de la discriminación, de la violación, de la extorsión, del maltrato y de la muerte. No es que no importe la violencia de una mujer contra hombre o la violencia de una mujer contra un niño, o la violencia de un padre contra un hijo, pero lo que hay que hacer visible y condenable es aquel comportamiento que responde a una estructura instalada de dominación. Equipararlas todas bajo la etiqueta de violencia intrafamiliar es camuflar el problema.

Los planteamientos de Vox sobre la ideología de género coinciden sospechosamente con los de muchos obispos de la iglesia católica. Una institución androcéntrica que sigue prohibiendo el acceso de las mujeres al poder de la institución y negándoles la ordenación bajo el pretexto de que el fundador solo eligió varones para el apostolado. También es cierto que los eligió casados, pero el celibato sigue siendo una norma incontestable. Cuando le plantearon a Pío XII la cuestión, su respuesta fue contundente: «Nec nominetur in nobis» (ni se mencione ese asunto entre nosotros).

Dice Monseñor Antonio Cañizares en una tribuna publicada en el periódico La Razón: «Es preciso recordar que la maldad de esta ideología sin base científica alguna es porque destruye a la familia y al hombre mismo y hace inútil la fe en Dios por carecer de sentido para esa insidiosa ideología». El lector o lectora podrá juzgar.

Sostiene Vox que las normas sobre esta cuestión y determinados aspectos de la ley de violencia de género que ponen al hombre en situación de desigualdad ante la ley, no defienden realmente a la mujer ni a un colectivo sino que defiende una construcción ideológica. El problema es que esa construcción responde a una realidad sangrante, en la que hay víctimas y verdugos.

Vox atribuye a la izquierda radical (qué obsesión la de la ultraderecha con el adjetivo radical, cuando yo solo puedo cargarlo semánticamente de dimensiones positivas) la idea de que todo varón, por el hecho de serlo, es machista. Ni lo dice, ni es así. Pero todo varón corre el riesgo de dejarse llevar por unas prácticas androcéntricas que han estado y siguen estando vigentes en la sociedad patriarcal.

Rocío Monasterio, presidenta de Vox de Madrid, dice que las feministas no quieren oír hablar de la familia. Pero, ¿de dónde saca esa conclusión? Qué ridiculez. Qué falsedad. Qué error. Dice que estos colectivos hablan de micromachismos porque no tienen otra cosa de que hablar. Pues sí, claro que hablan de muchas otras coas. Hablan de analizar y comprender ese entramado perverso que causa discriminación. No veo grupos de mujeres que acosen y violen a varones. ¿Por qué será?

Defiende Vox que muchas denuncias por violencia de género que presentan las mujeres son falsas. Lo que sucede, más bien, es que hay muchos hechos violentos que no denuncian las mujeres, unas veces por miedo, otras por vergüenza, otras por desconfianza en el sistema y otras por considerar que se lo tienen bien merecido por lo que son o lo que han hecho. Según la Fiscalía General del Estado, las denuncias falsas por violencia de género supusieron el 0.01% en el año 2017 (es el dato que tengo a mano).

Otra vez acudo a la necesidad de una educación contra el sexismo. En la escuela y en la familia. Preocupado por la virulencia del androcentrismo, he publicado recientemente en la Editorial Homo Sapiens de Rosario un libro titulado Contra el sexismo. Textos y prácticas por la igualdad para la escuela y para el aula. A él me remito.