Hay una alarmante tendencia de los políticos a echar la culpa de lo que pasa a los ciudadanos. El delegado del Gobierno en Madrid no ha tenido empacho en decir que la segunda ola se debía a una «relajación de la ciudadanía». El exministro Miguel Sebastián no ha dudado en afirmar que el virus «ha hecho su agosto en España» porque somos como somos. Es más, la denostada presidenta de Madrid incluso llegó a señalar «el modo de vida de la inmigración» como motivo del incontrolable aumento de contagios. Cada vez que los telediarios elevan la anécdota a la categoría de norma general los políticos se frotan las manos. Cada vez que las cámaras sorprenden un botellón clandestino, un autobús demasiado lleno o a algún criminal fumando en una terraza, un chivo expiatorio más descarga de responsabilidad a los mandatarios. Claro, cómo vamos a hacer frente a esta pandemia con un pueblo así. Nos gusta salir por la mañana, por la tarde y por la noche. Nos gusta comer canapés y pinchos con la mano. Nos gusta compartir el vaso de la sidra. Nos gusta beber todos del mismo porrón. Nos gusta el mogollón, el bailar agarrao y vamos, como Vicente, donde va la gente. Nos gusta jugar al mus en las residencias de ancianos, babeando las cartas y robando del mismo montón sin precaución alguna. Nos gusta fumar un cigarrillo a medias, incluso un porro. Hasta hay quien dice que los hombres españoles no nos lavamos las manos después de utilizar el urinario. Somos unos salvajes. Ya lo decía mi madre que siempre reñía en plural: estáis sin civilizar. España es diferente, ya se sabe. Lo dijo Fraga hace 60 años y hasta hoy. Nuestros datos de contagiados y muertos por la covid están entre los peores del mundo porque nuestra cultura, nuestra forma de vida es la más insana -por no decir guarra- del mundo. Mucho más que los franceses, los ingleses, los alemanes y hasta los chinos. Dónde va a parar. Qué se va a esperar de un pueblo que, en cuanto puede, duerme la siesta, viste de faralaes y pasa la noche de juerga. Nos culparon de la crisis económica porque hacíamos trapicheos con el fontanero para no pagar el IVA, porque practicábamos la economía sumergida, porque hacíamos más trampas a Hacienda que Al Capone. Si no, a ver de dónde sale esa deuda de 1.291.212 millones si no es de escatimar el IVA. Nos culpan hasta de una guerra que hubo hace 80 años porque somos cainitas, dicen. ¿Alguien se cree que a estas alturas de la globalización somos muy diferentes al resto de los países civilizados? La picaresca española ya no es una forma de vida. Ya no somos ni el Lazarillo de Tormes, ni el Buscón de Quevedo ni la Carmen de Mérimée. Ni los asturianos somos como nos pintaba el mismísimo Chaves Nogales en «A sangre y fuego», como Juanón el dinamitero blasfemo obsesionado con «les bombes, les bombes». Los españoles hemos demostrado muchas veces que no somos un pueblo irresponsable. Lo demostramos con el espíritu de reconciliación de la Transición. Lo demostramos con la reacción solidaria tras el atentado del 11-M. Lo demostramos en la crisis económica apretándonos el cinturón hasta hacernos llagas en la barriga. Lo demostramos durante el estado de alarma acatando a rajatabla las restricciones de nuestras libertades, las más duras del mundo occidental. Lo cierto es que la guerra civil, la crisis económica, y ahora el desbocamiento de la pandemia han sido fruto, sobre todo, de una gestión ineficaz de nuestros políticos. Pero, claro, a algunos les viene mejor que perdure el tópico, porque ya se sabe que el tópico, el cliché, el lugar común y el estereotipo son el salvavidas de los perezosos, los vagos y los que se conforman con lo superficial. Se quejan de que se repita, sin razón, que todos los políticos son iguales, cuando se culpa a los españoles, también sin razón, de ser todos igual de irresponsables. Debemos tener cuidado, porque a base de que nos repitan una y otra vez que la culpa es nuestra por irresponsables -no sabemos ponernos la mascarilla, colapsamos las urgencias, ni siquiera nos lavamos las manos- podemos acabar por creerlo. Y, como somos dados, según el tópico, a descargar la responsabilidad, echamos la culpa al vecino, y ya está armada. Otra vez Caín matando al pobre Abel. Es que los españoles no tenemos remedio.