Periodista de rojo sobre fondo gris. De su nostalgia sentimental se lo cojo prestado don Miguel. Ayer, mañana y hoy me siento así, con esta página de domingo cuya luz apagaré cuando salga sin próxima semana a la que volver. No está bien el periodismo don Miguel. Hace tiempo que flojea de cuerpo y de corazón, que su norte anda desbrujulado. Siento decírselo a un pie chico de su cien cumpleaños y ahora que, después de tenerle en penumbras de memoria igual que un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor, todos lo celebran como nunca deberían haber dejado de hacerlo. Sé que el presente consistiría en regalarle, sin ninguna tristeza por medio, mi aprecio de lector de sus novelas en las que la ternura de lo humano es la naturaleza de sus historias y del paisaje donde usted, yo, todos, somos un árbol de profundas raíces entrelazadas bajo tierra con las de otros árboles. Pero sobre todo mi agradecimiento por sus magistrales lecciones de periodismo. La primera relacionada con la vocación del escribiente con ojo de cazador al vuelo, convicción en el rigor de los hechos y literatura en la punta de las palabras. No está esto de actualidad don Miguel, poca calle a pie gastan hoy los compañeros por el dominio del periodismo de gabinete, y la precariedad de tropa para sacar adelante las páginas de los días. Tampoco esa literatura con la que usted afilaba ideas, a medias con la precisión concisa del periodismo, es algo que abunde. De sobra conoce que fue sospechoso ejercer de hijos del nuevo periodismo, pero hoy no encontraría don Miguel demasiadas personalidades del lenguaje con policromía y escaramuzas como Francisco Umbral -sí que algunos embriagados imitadores- al que su intuición descubrió y supo avalar. Una cualidad muy suya la de ser un director de autores -cuántas buenas plumas empezaron por su respaldo- y además, muy a pesar suyo, profesor con mano izquierda para educar el talento con la misma sencillez con la que liaba usted el cigarro después de cargar de picadura el papel en librillo en la mano contraria, ensalivarlo igual que a una armónica y encenderle el humo con gesto Bogart. Le recuerdo este semblante frente a Soler Serrano en una de sus entrevistas a fondo en blanco y negro.

No abundan tampoco don Miguel esos programas literarios del fomento de la cultura general por televisión, en los que conversar de manera serena y abierta facilitando cogerle el tono al entrevistado y ganarse su complicidad para que se abriese inédito, como usted defendía en la segunda lección que le debo, sin usar grabadora, tan sólo una libreta de bolsillo en la que apuntar una frase, dibujar un tic o subrayar una imagen. Y desde ellas explorar la mejor metáfora para una pregunta más adelante, presentar al personaje, acotarlo entre las preguntas y respuestas a modo de guiño escénico o en el broche de despedida de la entrevista. Durante más de treinta y cinco años en esta profesión y en la otra -que enumero lo mismo que usted: escritor y periodista- he seguido estas enseñanzas en la radio, en revistas como Mercurio - en cuyo número 94 de octubre de 2007 le dedicamos un dossier donde su sabiduría, humanidad y tristeza dejaban poso-, y en los periódicos donde la cultura, la ética y la crítica sobre los desaciertos del poder han sido los temas de mis columnas. Ese otro género del que igualmente nos legó su brillantez, su independencia y su rebeldía frente a la injusticia y la censura. La que se ejerce desde dentro y no siempre tiene que ver con prohibir que se hable de un asunto, y la que se imponía desde fuera en sus tiempos de árida esperanza. De esa época, admiro su pericia para sortear las indicaciones del régimen franquista, cuando falleció Ortega y Gasset, de dar la noticia con una titulación máxima de dos columnas y la inclusión de un solo artículo encomiástico, sin olvidar sus errores religiosos y políticos y eliminando obligatoriamente la denominación de «maestro». Inolvidable también esa entrevista suya a José María Gironella con la que desveló como quién no quería la cosa la que el escritor le había hecho al rey don Juan exiliado y fue censurada. Un talante por el que tantas veces las comisarías políticas le castigaron por no destacar suficientemente el Día de la Victoria o criticar la ley sobre «Tierras en pajas» en su Norte de Castilla. Muchos disgustos no sé si compensados con aquel Premio Vocento a los Valores Humanos que le otorgaron merecidamente en 2006.

Siempre fue usted un libro abierto don Miguel, con esa pupila psicológica del caricaturista con la que usted entró de pintamonas -así le gustaba definir aquel duende de dibujante de cine- en el periódico donde fue redactor de internacional, editorialista, crítico literario y cinematográfico, y un excelente ejemplo de director, de los que pocos nos quedan. Sus discípulos de entonces recuerdan con entusiasmo su personalidad cercana, uno más entre todos -ahí está el libro de Javier Goñi en Fórcola- pero sobre todo la huella de su consigna de saber mirar, saber escuchar, saber pensar, aportar valoración humana a los acontecimientos cotidianos, mantener una independencia ética y saber contar. Nunca he dejado de intentar cumplirla don Miguel a lo largo de una trayectoria en la que me han premiado en ocasiones, requerido para formidables y exigentes empresas, y en la que no he desistido en adaptarme a soportes y circunstancias. Tampoco en el empeño de mejorar el hallazgo del verbo justo, del adjetivo preciso, del sujeto único, de la atmósfera del texto, y en adobar debidamente palabras y su respiración para ser seductor y exacto, sin perder credibilidad ni el valor de la identidad de mí trabajo. En esa labor me satisface la cordialidad de mis lectores, el respeto profesional y personal de compañeros a los que admiro, lo conseguido en las décadas de currículum, y el total que resulta cuando uno hace su balance íntimo, ahora cuando empieza a hacerme falta que llueva en el desierto. Pero también hoy don Miguel me siento cansado de batallas, de rivalidades sin fundamento, desanimado por el peso de lo incomprensible, por muchos silencios de aquellos con los que fui generoso, apenado por este desenlace de mi aportación a ésta y otras cabeceras de Prensa Ibérica durante diecisiete años, que evidencia el espíritu de un tiempo donde cambian de valor los valores, y en los que las actitudes personales son tan definitorias como las exigencias económicas. Lo expreso con la misma libertad de expresión, búsqueda de una verdad y su defensa por encima de presiones de todo tipo, de la que usted hizo siempre gala y dignidad.

Qué época ésta don Miguel en la que las fakes news han sustituido a la información rigurosa y las redes tecnológicas han doblegado el periodismo a la inmediatez; donde las noticias más que en la veracidad se sostienen en las ideologías y un nuevo amarillismo. Poco importa que la cultura haya sido reducida a pequeño cajón de sastre o a fáciles franquicias; que el prestigio sea rehén de la mediocracia, y la opinión cambie el crédito de una firma de autor por la gratuidad de la escritura amateur como hobby público. Bien sabe maestro que al periodismo se le puede seguir atribuyendo lo de un hombre libre mal retribuido -en palabras suyas refiriéndose a sus inicios de profesor- pero hoy día está peor que en otros períodos de realidades a las que detectivarles su envés oculto y sus causas. Lo cierto es que jamás se ha pagado bien este oficio ni el ejemplo suyo de buscar conectar con los conciudadanos, de contagiarles la pasión por un libro, una obra de teatro, una exposición en la misma ciudad o en otras; abrirle la mirada crítica en torno al urbanismo cuando yerra -que empeño en Málaga lo de borrar la arqueología en favor de edificios comerciales, igual que se pretende con los restos hallados en el derribo del cine Astoria y dignos de ser conservados; ni reflexionar acerca de temas sociales que nos empecinamos en hacer invisibles.

Cómo me gustaría don Miguel quedar con usted para salir temprano de campo, por el de su prosa y el del otoño, escuchándole hablar de sus viajes y de los de su gran Manu Leguineche; de Umbral detrás de su máscara; de Julián Lago que se retiró decepcionado con el mundo que rodea el periodismo; del Norte de Castilla donde tengo buenos amigos como David Felipe Arranz, Angélica Tanarro o Tomás Val; de la necesidad de preguntarnos qué periodismo queremos; por qué producto paga un lector de del siglo XXI; acerca del compromiso de pensamiento y de ser uno mismo sin zancadillas, hipocresías ni frotar espaldas plateadas. También por esa insobornable coherencia ética pagó usted un precio del que le alivió la literatura.

El cinco de octubre es su cumpleaños, y espero que su exposición en la Biblioteca Nacional, comisariada por Marchamalo, sea un éxito. Que la juventud vuelva sobre sus libros y muchos le conozcan mejor a través de su Biografía y ensayos de José Francisco Sánchez. Con su memoria me despido pesaroso de mis lectores agradeciéndoles de corazón su respaldo dominical en estos años, y a usted le mando un abrazo de admiración, asegurándole que con su mismo amor por el periodismo -que a veces uno siente poco correspondido- seguiré en el camino de armar palabras con metrónomo y sensibilidad, procurando su consejo de ser pesimista de inteligencia y optimista de voluntad.

Le seguiré contando don Miguel.