El pasado domingo amanecí fuera de mí. Hacía días que había decidido celebrar el Día del Turismo ensimismándome en las circunstancias y no en mí, pero el Día Internacional del Turismo no se celebró, y ello me llevó al convencimiento de que al texto de la OMT que recoge que el día 27 de cada septiembre se celebrará el día Internacional del Turismo habría que complementarlo con el añadido taurino que nos es propio a los herederos de la Hispania romana. Me refiero a la castiza muletilla «con permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide». O sea, que el innombrable virus que nos habita también ha venido a enseñarnos que el día 27 de septiembre de cada año se celebrará, o no se celebrará..., que diría Paquiño, mi amigo gallego.

Mi «ensimismamiento extrínseco» vino a reafirmarme en una verdad unívoca: soy un ferviente admirador de la sabiduría popular y un enfervorizado defensor de que el conocimiento adquirido por vías experienciales es el rien ne va plus del conocimiento. Y, abundo, por más respeto que les profesemos y por más autoridad que les reconozcamos a los grandes iniciados de la historia y a los maestros habidos durante nuestra existencia, el conocimiento que nos transmiten se empequeñece cuando por vía experiencial «sabemos» algo.

-Gran trecho el que hay entre aprender y saber. El aprendizaje teórico es al conocimiento, lo que el aprendizaje experiencial a la sabiduría -me dije convencido.

-¡¿Sí o qué...?! -me pregunté en voz alta.

-¡No, ni na...! -me repliqué, también en voz alta.

Aquello fue un milagro dominical: por una vez estaba de acuerdo conmigo mismo, a la primera.

Si un veterano añoso no ilustrado en ciencias, ni en letras, mira al cielo a través del ventanuco y susurra para sí mismo «cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo», procede alimentar la chimenea, sin más disquisiciones, porque todo conocimiento adquirido experiencialmente se convierte en sabiduría que, in pectore, contrae la certificación de «realidad apodíctica». O sea, de realidad que no requiere demostración.

La sabiduría a la que aludo, por lo general se adquiere subconscientemente mediante un compendio de constataciones, organizadas o no, que determinan el corpus del que bebe la intuición, esa velada realidad sutil no del todo escudriñada que denominamos «sabiduría interna», que, aunque también es sabiduría, exige determinadas premisas para evitar los indeseables riesgos, que recogió lapidariamente Tomás de Aquino en una sola frase: «Temo al hombre de un solo libro», dijo. Maslow se expresó con más brío aludiendo a la conducta:«Si nuestra única herramienta es un martillo, tendemos a tratar todos nuestros problemas como si fueran clavos». Ahí queda...

Cuando la intuición es la única herramienta con la que otear el universo de la sabiduría, la intuición se convierte en pura menestralía, y ningún ejercicio menestral conduce a las profundidades sondables de la sabiduría verdadera, ello, por la propia naturaleza poliédrica de la realidad en la que participa el actual Homo sapiens, cada vez más esforzado en mantenerse erectus -más en un sentido que en otro- que sapiens. ¿O no, don Donald?

Desde que nacemos hasta que morimos, nuestra existencia es una pura conjugación del verbo elegir. Pasamos nuestra existencia eligiendo voluntariamente. Aquello de «hago esto porque no puedo hacer lo otro que es lo que me gustaría/debería hacer» habitualmente es una proyección engañosa que pretende eludir que la responsabilidad de nuestras «desgracias» las más de las veces recae en nosotros mismos. En el sapiens es una constante pretender que la responsabilidad, la culpa, siempre está fuera. De hecho, la protervia subconsciente de juzgar al prójimo persiste porque no nos atrevemos a juzgarnos a nosotros mismos. Cuando miramos con las gafas de ver, nuestra máscara psicológica, aunque menos tangible, es mucho más evidente que la mascarilla-bozal que ha redefinido nuestra indumentaria externa. En realidad, en este trascendental tiempo del animálculo asesino llevamos una mascarilla textil sobre la otra, la psicológica, que venimos heredando y redefiniendo desde el principio del hombre.

Por cierto, si el Día Internacional del Turismo hubiera tenido lugar, entre los tradicionales fastos propios de estas celebraciones, este año habríamos tenido la oportunidad de ver algunos fondos de inversión, unos más buitres que otros, que ya sobrevuelan la zona en busca esos chollos carroña que eufemísticamente ellos denominan «oportunidades para las partes».

Pues eso, amable leyente, que nos cojan confesados.