Soy un genio. Se me ha ocurrido un método definitivo para alejar todas las confusiones organizativas de comienzo y desarrollo de este curso escolar, dure lo que dure: o sea, poco. Aplicándolo, no habrá más desencuentros entre consejerías, equipos directivos, alumnado, profesores, familias y ministerios.

Reinará la paz en nuestras vidas y todo irá chupi canela. (Estoy de broma, ironizando; lo advierto porque hay mucho pensamiento cejijunto grapado al pie de la letra). La organización de la vuelta a las aulas ha generado, en efecto, malestar general de no pocos equipos directivos y docentes. Ha habido sonadas dimisiones y nos ahoga un tufo de falta de previsión consejeril y ministerial, de medidas inconcretas e improvisadas e incluso contradictorias. La administración ha tardado en tomar decisiones y las redes se han llenado de memes con profes armados al cinto de botes de geles, mascarillas con sus fundas, altavoz, palmeta de mosquitos, toalla, hidroalcohol.

Youtube lo peta con vídeos en que se pone en solfa el desbarajuste de grupos, de horarios de entrada, de que si bata o salidas escalonadas o a rápel o de qué puerta para acceder al aula, de no toquen aquí o sí, de clínex no sé cómo, de creo, me parece, no sé muy bien€ Y venga de circulares y mareos de papel por parte de una administración que no parecía saber que en septiembre comenzaba el curso.

Disculparse con que el coronavirus es imprevisible, con la tasa de incidencia, el nivel de contagio y la madre que lo parió es tan jeta como un capitán de barco que ordenara babor y estribor a la vez y al rendir cuentas en puerto del naufragio dijese que es que había temporal. En marzo ya teníamos muy mala mar, hace medio año. Así que si se vale para un cargo, estupendo. Si no, se va uno para casa. Pero hablábamos de mi método. Helo aquí. Para que nuestros tan pintorescos gobernantes ni pierdan el tiempo ni nos rompan más la paciencia haciéndonos interpretar sus designios en órdenes ministeriales abstrusas y consejeriles de cachondeo, que usen las plantillas de texto que les ofrezco aquí. Proceden de lenguajes artificiales y valen lo mismo para un roto que para un descosido. Por ejemplo. Un IES pregunta por el desarrollo curricular. Respuesta de la administración: «Tin morín de dos pingüés, cúcara, mácara, chíchara fue».

Un cole indaga por la enseñanza telemática y responde el consejero o la ministra: «Velmá, nora tilvó, noscamor leca». Estoy usando como lengua el 'trampitán', pero ahora me voy al 'europanto': al departamento que consulte a Planificación por horarios, responderásele: «Charmingantes hats und pumpkinose und maintenow habe keine». Me paso a la interlingua cual cargo de Ordenación Académica consultado sobre distribución de aulas y grupos: «Amarea haber un parve infante, non vole tu dicer me de ubi io pote haber lo». O al «jabberwocky»: «Asurraba, los viscovivos toves tadralando en las vaparas ruetaban». O que respondan en 'glíglico': «En la cresta del murelio, se sentía balparamar». O con una jitanjáfora: 'Apetén sembréi'. ¿Ventajas? Son expresiones intercambiables; no se entiende de ellas ni papa y, por lo tanto, sirven para la interpretación que a cada uno se le ponga en la punta de su BOE. Soy un genio.

Sin bromas ya: me pongo de los nervios cuando escucho a algún patán del Gobierno o de la oposición mentirnos con que la enseñanza es su objetivo prioritario. Les importa un carajo. Y como hacen surgir mi lado oscuro, les digo que unos gobernantes de lo público que no cumplan a rajatabla con los pilares básicos que deben sustentar a un Estado que funcione serán por siempre señalados con el dedo ciudadano. Sanidad, educación, techo y comida, trabajo. Que se larguen con sus carpetitas y sus modelitos y sus banderitas y sus trajecitos ajustaditos, que dejen de rascar donde no pica, de crear problemas donde no los hay y de no resolver los que sí hay. Fuera.