Plácido Domingo concede una entrevista a TVE1, donde en teoría se celebra su recuperación del coronavirus y el cantante estrena una nueva línea Maginot contra las denuncias por acoso sexual. Y conste que empleamos el concepto de celebración compartida que sería ignominioso en Harvey Weinstein o Woody Allen. Cada país expulsa a los demonios ajenos y exculpa a los propios, en una interpretación nacionalista de #metoo.

Domingo exuda habitualmente autoconfianza y desparpajo, dos virtudes euforizantes que administradas en sobredosis contribuyen a explicar el marasmo en que se ve envuelto. Sin embargo, el personaje embarazoso que aparece en pantalla está concentrado en otra cosa, recuerda al Julio Iglesias enajenado. Pasea la mirada por la habitación, parece que en cualquier momento va a ponerse a ordenar o a sacar brillo a la plata. Todo ello mientras le preguntan qué les diría a sus acusadoras, o a los aficionados a la ópera que lo han borrado de su lista de divos.

Es comprensible que, de tanto cantar para gente a quien la música le importa un bledo, Domingo haya descuidado su espectáculo hasta la desmotivación absoluta. Una entrevista televisiva en prime time debe prepararse mejor que una ópera, la única excusa del tenor es que muestra un perfil deliberadamente confuso para distraer la atención de las graves imputaciones que han conmocionado a otros países. El rigor de la documentación periodística exigiría citar alguna de las especiosas declaraciones televisivas del cantante, pero bastaría un resumen apócrifo:

—Me llamo Plácido Domingo y soy madridista.

De la secta de Gareth Bale, cabría añadir a la vista de sus limitadas prestaciones. Menos complaciente que complacido, Domingo necesita con urgencia un director, antes de que se le ocurra volver a dirigir Don Giovanni. No caerá por las acusaciones de Associated Press o de la Iglesia de la Cienciología, ni siquiera por la acción conjunta de las mujeres denunciantes. Se desplomará por la labor de zapa de sus asesores, en quienes ya debe haber invertido millones de dólares.

España ha absuelto a Domingo por patriotismo sexual, pero el afectado en todos los sentidos de la palabra se ha salido del guion. Sus propios lo atribuirán a la zozobra de un ser querido, pero sus ajenos lo ven muy poco convincente. En esta tragedia habrá que coincidir con Edipo en que no puede asegurarse si un hombre es feliz hasta que ha muerto. Y aun así.