No era agosto, sino octubre, el mes que despertó el pasado jueves bajo un sol insistente para disparar el mercurio de los termómetros, por encima de los 30 grados, como si la fecha que parpadeaba en el almanaque solo fuera un espejismo postizo.

«A veces, en octubre, es lo que pasa», anuncia el poema de Ángel González que elevó al trance de canción Pedro Guerra. «Cuando nada sucede, / y el verano se ha ido, / y las hojas comienzan a caer de los árboles, / y el frío oxida el borde de los ríos / y hace más lento el curso de las aguas; / cuando el cielo parece un mar violento, / y los pájaros cambian de paisaje, / y las palabras se oyen cada vez más lejanas, / como susurros que dispersa el viento...», se lee en versos que clavan de un año a otro lo que acontece en el tiovivo de la vida cuando la rueda alcanza estas alturas postreras del calendario.

Es otra vez otoño y, como en aquel himno eterno de la incombustible banda cordobesa de rock andaluz Medina Azahara, «llora una canción». En este caso, una canción triste se presta para ser entonada por el solista que proclama en bucle el monólogo de una actualidad confusa y casi apocalíptica.

Ojalá todas las canciones supiesen derrochar alegría frente a la adversidad, como la herencia titulada 'Eso que tú me das' que se ha dejado puesta en la gramola Pau Donés.

En relación a todo lo demás, ese optimismo innato se niega a hacer acto de presencia. El telediario nos arroja una incertidumbre que lleva meses arrinconada en su propia esquina. Madrid, a veces, se ahoga. Y este trozo de sur, por mucho que esté en mejores condiciones que la media española, asiste a realidades que no son platos de buen gusto.

Imposible no pensar estos días en la gente de Sierra de Yeguas o Villanueva de la Concepción. Qué tiempos aquellos en los que la rutina de los pueblos se desperezaba con la visita del bibliobús o de los cómicos de una compañía de teatro. La postal que ilustra la realización de los test masivos parece el metraje de una película que empieza y termina con una pesadilla.