La red social TikTok está sacando a flote una cantidad de porquería humana que roza lo grotesco. Sin la necesidad de los ataques de Trump al respecto, con otros intereses, este espacio está promoviendo situaciones desagradables que parece que nadie quiere afrontar. Y quizá, por qué no, sea bueno verbalizarlo.

Desde hace décadas, siempre se ha hablado del mundo oculto de internet donde la Deep o dark web y esos onion sites aglutinaban lo peor del universo.

Mundos lejanos y fantasiosos -pero completamente reales- donde podías -y supongo que puedes- comprar productos que están fuera de la ley y otros que, además de estar fuera de lo legal, también lo están de cualquier mínimo de moral que pueda generar el ser humano, entre lo que siempre ha destacado el material pornográfico de menores de edad. Desde niños muy pequeños hasta jóvenes de catorce o quince años.

Leer esto -como escribirlo- ya resulta desagradable y feo. Pero es una realidad que existe a día de hoy, que mueve muchísimo dinero y que debiera ser obligación de los padres el saberlo y conocer los riesgos que esto conlleva.

La comunicación a través de los teléfonos móviles fue un revulsivo y avanzamos en muchos aspectos. La inmediatez es ya una necesidad en cualquier ámbito y las nuevas generaciones no conciben esperar. Da igual si es para decir algo, mostrar cualquier cosa o para consumir. Lo quieren ya. No hay espera que valga. Y el sistema hace que lo puedan tener. Esto ha servido también, para que, cada vez con menos edad, los niños y jóvenes posean teléfonos inteligentes con los que comunicarse y correr muchísimos más riesgos que antes.

Antes, un niño podía meter un pie en un boquete, pelearse con una señora, tirarle una piedra a un perro o romper un cristal de un balonazo. Igualmente podían matarse con la bici o la moto. Cosas que aún son posibles al realizar ciertas actividades pero, difícilmente antes, pudieras suicidarte siendo un menor porque estás siendo acosado por internet.

Cosas del nuevo mundo que, bien gestionadas, no deben dar problemas. La cuestión es que, actualmente, los teléfonos y las redes sociales son herramientas muy peligrosas para los niños pues las consecuencias pueden llegar a ser desastrosas.

De igual manera que unos padres con sentido común no darían a un niño para que jugara con una cuchilla de afeitar o un tostador enchufado; ¿por qué se le da un teléfono con conexión a internet, redes sociales y cámara de fotos?

Nadie sabe a qué responde dicha incógnita, pero la realidad es que el tráfico de material sexual que generan los menores con teléfonos es brutal. Y sea cual sea el receptor, los riesgos son alarmantes: ya sea entre menores o a adultos, el fin puede convertir en pesadilla la vida de cualquier joven. Los primeros por hacer uso indebido de ese material ahora o en el futuro o los segundos por mercadear en internet con ese contenido.

Famoso fue para una generación en Málaga el caso de una joven cuyo ex novio difundió por internet fotografías comprometidas de la susodicha. Comidilla de institutos y facultades, y por el cual, la sufridora, tuvo que asumir en el calvario que supuso ese primer caso famoso a nivel local.

El tiempo ha pasado y la historia ha ido a peor. Ese mundo sigue existiendo, pero se ha generado algo más arriesgado aún: TikTok. La red china que causa furor en el mundo entero se basa en compartir videos cortos. A simple vista puede parecer un poco aburrido. Si bien es cierto que hay temáticas que pueden resultar entretenidas para el público en general -perrillos haciendo monerías y cosas similares-, los pilares fundamentales de la red son los vídeos con contenido sexual/provocativo y cochino acompañados de bailes.

En este sentido, el machismo campa a sus aires por allí pues, son las féminas en mayor medida, las que participan de este mundo con vídeos cortos donde publican sus cuerpos con pocas prendas para recibir el aplauso y el reconocimiento del público. Igualmente pasa con los varones pero el sistema es el que es y las mujeres siguen acaparando más visitas.

¿Qué sucede? Dos cosas fundamentales. En primer lugar que se promueven valores ridículos, espantosos y nefastos para cualquier persona con un mínimo de moral. Pero lo segundo y verdaderamente importante es que son menores de edad los que consumen todo esto. Y van más allá. Y se convierten en los actores de la historia.

A día de hoy, niñas y niños de catorce años -y menos- están subiendo niños a esa red enseñando su cuerpo, bailando como si de una señorita de estriptis se tratara, pero en su habitación donde, al fondo, se ve su mesita con los deberes del cole.

¿Cómo hemos llegado hasta este punto? Pues no se sabe, pero obviamente los padres son responsables de sus hijos y esto es fruto de su control o descontrol.

Es repugnante encontrar a menores de edad bailando y proyectando un contenido sexual, machista y cosificador -me he inventado el adjetivo- que da la vuelta al mundo y se usa para asuntos indignos mientras, al otro lado de la pared, sus padres están viendo la tele tranquilamente o haciéndole el sándwich para el cole del día siguiente.

¿Son conscientes esos padres de que hay personas de medio mundo viendo a su hija de trece años bailando una canción donde se habla de sexo mientras ella saca la lengua y hace posturas sexuales en un vídeo? Dan ganas de vomitar solamente el escribirlo, pero estamos conviviendo con ello y consintiéndolo. Y parece que da igual. Y es arriesgado. Porque a lo mejor no pasa nada. O igual sí que pasa. Y un día te encuentras en tu WhatsApp algo que no esperas sobre tu hija o hijo. Y ahí sí te asustarás. Pero ya será tarde.

El juez Calatayud lleva gritando años sobre este tema. El enganche a los móviles, los niños y niñas vestidos como prostitutos y prostitutas -dicho literal por él- y los padres con cuidado, «no se vaya a ofender mi niño».

Que la sociedad se pudre es evidente. Pero que si quieres, puedes hacer que tu hijo tenga más difícil entrar en ese bucle terrorífico.

Está pasando a pocos metros de ti. Y no te das cuenta porque no quieres.

Cuidado con TikTok.

Viva Málaga.