Bertolt Brecht invitaba a encontrar extraño lo que no es raro, y a hallar inexplicable lo que resulta habitual y carece de comprensión. Por ilustrarlo tenemos el caso de Torra, que acaba de ser inhabilitado para ejercer un cargo desde el que se obstinó en desobedecer reiteradamente a la Justicia. Alcanzó la Presidencia de la Generalitat sin ninguna experiencia política, para convertirse en el guiñol del president fugado, una comparsa supremacista estomagante que ha terminado incluso por avergonzar a sus compañeros de viaje del independentismo catalán. No es fácil de explicar que alguien pueda lograrlo en circunstancias como las suyas, sin que otros hayan movido los hilos para instrumentalizarlo. Más todavía cuesta entender que un alto cargo de estas características se asegure, tras solo 28 meses de mandato, 120.000 euros de sueldo durante los cuatro años que siguen a su ejercicio y una pensión vitalicia de 92.000 cuando haya cumplido los 65. Torra tiene 57 años de manera que está en el camino de enganchar prácticamente una vida colchón con otra muelle regalada por contribuyentes catalanes y españoles a los que se ha encargado de vituperar desde las altas instancias del Govern. La vida es así de inexplicable, pero termina por ser indigesta cuando, además, el inhabilitado tiene por delante todas las ventajas de la rehabilitación que le brindan los privilegios de un cargo que deshonró con deslealtad y desobedeciendo las leyes. Podrá disponer, también, de una oficina, una dotación presupuestaria para sus gastos, coche oficial con chofer y escolta, a costa del erario. Parece ser ·para garantizar que pueda seguir atendiendo sus necesidades institucionales con la dignidad y el decoro que corresponden a las funciones ejercida». Si no me equivoco, las funciones desempeñadas en la institución por las que ha sido inhabilitado pero por las que va a seguir cobrando un sueldo que nadie debería pagarle precisamente por indigno. ¿Qué clase de broma es esta?