El María Moliner -¡qué gran diccionario el elaborado por aquella mujer!- define el vocablo 'galimatías' como el «lenguaje incomprensible por la confusión de las palabras o de las ideas».

Galimatías es lo que mejor define a lo que sucede en esa «España dentro de España», como en su centralismo a machamartillo, doña Isabel Díaz Ayuso, calificó a la comunidad que con tanto desatino como soberbia preside.

Resulta fatigoso dedicarse todo el día a desmentir con los hechos a quien parece negarse, como Donald Trump, a ver la realidad, y eso es lo que pasa en la capital con mayor incidencia del virus de toda Europa, pero eso es lo que aquélla está forzando a hacer.

Existe la sospecha de que puede tratarse de una treta del Partido Popular para que los medios sigan hablando de su enfrentamiento, en plan Agustina de Aragón, con el Gobierno de la nación y desviar así la atención de los gravísimos casos de corrupción en que están inmersos destacados políticos de ese grupo.

Es indiferente cuáles sean las motivaciones reales de tan irresponsable comportamiento. Lo importante y grave es que se está jugando con la salud, y al mismo tiempo, con la paciencia de millones de madrileños, que parecen cada día más confundidos, cuando no cabreados, por el galimatías existente.

Podría dar la impresión de que el PP, presionado por ciertos lobbies, antepone el funcionamiento económico del país a la salud de los ciudadanos porque, al fin y al cabo, la mayoría de los fallecidos son personas jubiladas, muchas de ellas recluidas en residencias, y entre los jóvenes, el virus no parece desarrollar los mismos índices de morbilidad y mucho menos de mortalidad.

Quisiéramos pensar que no es así, que incluso un partido neoliberal como el que preside Pablo Casado no puede llegar a tal extremo de inhumanidad, que sus políticos y también sus votantes piensan, como dice, por ejemplo, el artículo primero de la Constitución Alemana, que «la dignidad de la persona es inviolable».

Pero, en cualquier caso, se equivocaría el PP si prioriza la economía frente a la salud de los ciudadanos porque ambas están relacionadas: si los trabajadores enferman, no podrán acudir al menos durante algún tiempo al trabajo y ello afectará a la actividad de la empresa, de la escuela o del hospital.

Es algo que han comprendido países como Alemania, pero es también el caso de Italia, que, tras haber visto desfilar por sus ciudades del norte camiones con cadáveres de personas víctimas del Covid-19 durante la primera oleada, decidió tomar medidas drásticas y consiguió frenar su avance hasta el punto de que hoy es un ejemplo para otros.

El Gobierno de Pedro Sánchez no está tampoco libre de culpa: parece haber preferido que la presidenta de Madrid se cociese en su propia salsa antes de decidirse a intervenir, como no ha tenido más remedio que hacer a la vista del caos existente y las consecuencias no sólo para la salud de los madrileños, sino para la propia imagen del país.

Como tampoco puede zafarse de toda responsabilidad, como ahora pretende, Ciudadanos, un partido que despertó en muchos la esperanza de que por fin naciera en este país una formación auténticamente liberal y de centro, pero que, bajo su anterior líder, Albert Rivera, fue escorándose cada vez más hacia la derecha hasta casi pretender superar por ese flanco al PP.

Ya puede su actual dirigente, Inés Arrimadas, lamentarse, como hacía el otro día en un artículo de opinión en El País, de que nuestro país presente «los peores números, tanto sanitarios como económicos, las previsiones más negras para los próximos años y una gestión marcada por la improvisación y la incertidumbre».

Lo primero que debería hacer esa joven política, si le preocupa tanto como a los ciudadanos la actual situación, es impedir que continúe el caos existente en la Comunidad madrileña, retirando su apoyo a una dirigente que ha demostrado con creces su incapacidad para gobernar.

Sólo así podría Ciudadanos comenzar a demostrar su utilidad como partido bisagra y su disposición a «consensuar las grandes reformas que necesita el país para las próximas décadas», como escribía la propia Arrimadas.

Pero para eso hace falta que todos rebajen el tono de crispación, y sobre todo que se deje de deslegitimar a un Gobierno y a partidos que, nos gusten o no, son constitucionales, pero a los que se empeñan en tachar de «antidemocráticos» e «ilegítimos» quienes no hacen ascos, sin embargo, a aliarse con los nostálgicos de la pasada dictadura.

En medio de una pandemia como la que padecemos, el consenso entre los partidos, su capacidad para el compromiso son hoy más necesarios que nunca. ¡Déjense sus líderes de aspavientos y aprendan con humildad de lo que ocurre fuera! ¡Y sobre todo protejan, contratando con urgencia a cuantos profesionales hagan falta, y no a base de chapuzas de última hora, la salud de todos!