Alejandro Magno es uno de nuestros grandes héroes; el fulgor irradiado por su figura difumina cualquier sombra que sus actos pudieran proyectar. El asunto del nudo gordiano, sin ir más lejos: pretende ser un ejemplo de cómo afrontar los conflictos de forma resolutiva y, sin embargo, sentimos una cierta vergüenza ajena ante el expeditivo procedimiento empleado. Menudo papelón; los habitantes de Frigia miran expectantes al macedonio, quien acepta el reto de deshacer un nudo que, según la leyenda, abrirá las puertas de Asia al que lo logre. Para consternación de los presentes, en lugar de desatar con ingenio la elaborada urdimbre, va y la secciona con solo tajo de su espada. Qué poca sutileza; puede imaginarse la decepción de los allí congregados.

En Málaga tenemos nuestro propio nudo, el solar del Astoria; allí se entrelazan presente, pasado y futuro de una forma inextricable. Hoy miramos con estupor el vacío dejado por los cines: a un lado, una plaza decimonónica de escala humana y armoniosas proporciones; al otro, un túnel ruidoso en el centro de un vacío informe. Por encima cruzan visuales sobre la Alcazaba y sobre unos feos bloques de calle Victoria. En el subsuelo, la Málaga ancestral. ¿Afrontamos el asunto a hachazos? Se prevé un enorme volumen dedicado a la hostelería, una arquitectura-espectáculo que empeoraría los males que ya aquejan a la Merced. Los frigios habrían preferido una forma más discreta e inteligente de abordar el reto, sensible a la complejidad del sitio y a la necesidad de preservar los valores de la plaza sin contaminarla de lo que hay al otro lado. Tampoco se trata de extender la explanada de modo ramplón, sino de hilar fino: disponiendo una exquisita y moderada pieza de transición que tamice vistas y contextualice los restos.