Según el segundo tomo del Diccionario del Español que recopilaron don Manuel Seco y sus ilustres colaboradores, el adjetivo «venenoso» indica algo que contiene veneno, siendo éste la «sustancia que, introducida en un organismo, altera o destruye sus actividades vitales». En el penúltimo número del The Economist, probablemente una de las publicaciones con más autoridad moral e intelectual del planeta, hemos leído un artículo que ha tenido un gran eco en España. Fue publicado el pasado 3 de octubre en la famosa revista londinense, en la página 23, con este título: «Dancing with death2. Lo que se puede traducir a nuestro idioma como «Bailando con la muerte». Lo acompañaba un segundo titular que llevaba la marca de la augusta y más que centenaria casa: «Unas políticas venenosas han empeorado la pandemia y la economía.» Se refieren a España.

Abre el fuego The Economist informándonos de que en el madrileño Hospital Infanta Leonor 402 médicos de los 480 que trabajan en la institución han firmado una carta dirigida al gobierno regional. En la que advierten de que el hospital se encuentra en la fase previa al colapso, con el 54% de sus 361 camas y con todos sus 27 espacios de UCI ocupados por pacientes afectados por la covid-19. Nos recuerda The Economist que «con 784 casos por cada 100.000 habitantes, durante la semana pasada, Madrid es en este momento la región más afectada de Europa. Esto es parte de un gran fracaso nacional. El 5 de julio el primer ministro de España, Pedro Sánchez, proclamó que hemos derrotado al virus y controlamos la pandemia.» Aquí termina esta cita.

Ya en el penúltimo párrafo, The Economist informa a sus lectores: «La coalición de los Socialistas del señor Sánchez y Podemos, un partido de extrema izquierda, llegó al poder en enero con la ayuda de los votos de los separatistas vascos y catalanes. Los actuales gobernantes se quejan de que la derecha les niega la legitimidad. La oposición acusa al señor Sánchez de poner en peligro a la Constitución con sus aliados: Pablo Iglesias, el dirigente de Podemos, ataca a la monarquía y a la judicatura.» Cierran el artículo las palabras de un importante personaje político español, vinculado al mundo de la economía: «Nunca me ha preocupado tanto la situación política».

Como español y fiel lector de The Economist -desde hace no pocas décadas- creo que debo expresar una vez más mi profundo respeto por esa publicación internacional, modélica en tantos aspectos. Como lo ha sido a lo largo y lo ancho de una impresionante trayectoria de 177 años. Por problemas en nuestro servicio de correos, hay veces en las que durante dos o tres semanas la revista no me llega. Después -¡Dios sea loado!- hay siempre un día en el que me encuentro dos o tres ejemplares juntos en el buzón. Ese momento se convierte entonces en algo muy especial. Es verdad que podría leerlos en la edición digital sin ningún retraso. Pero no sería lo mismo. Echaría de menos el ritual de rasgar el muy bien diseñado sobre de plástico, casi blindado contra casi todas las inclemencias climatológicas, para extraer esos tesoros de información y sabiduría. Con el valor añadido del tacto y el aroma de un excelente papel, ennoblecido por una impresión perfecta.

Por supuesto, The Economist y sus 75 maestros del periodismo con mayúscula se merecen ese respeto y mucho más. Como se lo mereció su ilustre fundador, el economista escocés James Wilson. Hizo posible la primera edición, con un formato muy distinto, en aquel 2 de septiembre de 1843. Karl Marx fue uno de los primeros lectores del Economist. Por cierto, el filósofo siempre describía a la augusta publicación como «el órgano de la aristocracia financiera».

Como en aquella época, The Economist sigue siendo fiel a sus ideales: la verdad, la ética profesional, el libre comercio, la internacionalidad, el liberalismo cultural y sobre todo la libertad de los ciudadanos. ¡Larga vida a The Economist, la misma que le deseo a los periódicos de nuestro país, España, y a todos los que con tanta dignidad, valentía y talento trabajan para ellos!