El Gobierno la toma con Madrid bajo el pretexto del coronavirus porque es el reino autónomo más rico de España, el más liberal, el más abierto, el que sostiene con su Producto Interior Bruto y sus puestos de trabajo al resto de España. Caray. Igual exagera uno, pero más o menos eso es lo que vienen diciendo estos días los mandamases de la comunidad madrileña en un inesperado arrebato de nacionalismo uniprovincial. "Nos haríamos trampas si pensáramos que esta región y su capital pueden ser tratadas como las demás", resumió la idea su presidenta Isabel Ayuso.

Pongamos Cataluña donde pone Madrid y el discurso victimista sonará casi exactamente igual al de Puigdemont o al de Torra, por más que a Ayuso pueda disgustarle la comparación. No es culpa suya. A la premier madrileña le pasa lo mismo que a aquel personaje de Molière que hablaba en prosa sin saberlo. Está haciendo una proclama puramente nacionalista, pero aún no se ha enterado. El nacionalismo surge donde menos se espera. Julio Camba, sin ir más lejos, tomó precisamente como ejemplo al azar a una localidad de Madrid para ilustrarnos sobre lo fácil que es construir una nación a partir de la nada. Escritor levemente anarquista y excéntrico, Camba se comprometía a edificar una nación en Getafe sin más que un presupuesto de un millón de pesetas (de las de hace un siglo, cierto es) y un plazo de quince años para organizar el nuevo Estado.

Bastaría, a su juicio, con observar si en Getafe hay más rubios que morenos o más braquicéfalos que dolicocéfalos para establecer así el rasgo prevalente de la futura nacionalidad. «Luego recojo los modismos locales y construyo un idioma», añadía. «Al cabo de unos cuantos años habría terminado mi tarea y me habría ganado una fortuna». La idea fue asumida más recientemente por un tránsfuga del PP que fundó el Partido Regional Independiente Madrileño, en siglas PRIM: como el general que llegó a presidente del Consejo de Ministros. Corría entonces el año 1991 y, por lo que se vio, no era el momento. Aquel partido madrileñista obtuvo resultados más bien magros tirando a residuales en todas las elecciones a las que se presentó. Seguramente tendrá más eco, a juzgar por lo que se ve y se lee, la propuesta nacionalista -rayana con el independentismo- que estos días lanzan los gobernantes al mando de la Comunidad de Madrid, antaño Diputación. El discurso, algo quejicoso como corresponde al género nacional, parece estar calando entre sus fieles votantes e incluso entre algunos de los que no lo son.

No hay más que sumergirse un rato en los foros de internet para advertir que son muchos los que asumen, con Ayuso, el hecho diferencial de Madrid y, en consecuencia, sus derechos a ser tratada de modo particular. El propio Gobierno ha admitido esa demanda -como antes lo hizo con Cataluña y Euskadi- al acordar con la Comunidad unas medidas antivirus que afectarán a todos los demás reinos autónomos de España. Se demuestra así que no hay como alegar rasgos propios y, a ser posible, superiores a los del resto del personal, para conseguir aquello a lo que uno cree tener derecho, como acaba de descubrir el extraño nacionalismo madrileño. Otra cosa es que al virus le traigan al pairo las naciones y los territorios: pero tampoco vamos a andarnos ahora con esas minucias. Viva Madrid, que es mi pueblo. Con razón o sin ella.