El concepto deuda, en esta época de coyuntura socioeconómica insostenible para la provincia Málaga, está adquiriendo una aciaga sobredimensión en esta tierra donde en los últimos años de bonanza turística e inversora nos veíamos muy felices atrapados en una jaula de oro enrejada por dos únicos sectores productivos: el turismo y la construcción.

La voz deuda: obligación que alguien tiene de pagar, satisfacer o reintegrar a otra persona algo, por lo común dinero, tiene, según el DRAE, dos acepciones más muy elocuentes las cuales tienen hoy más protagonismo si cabe que la primera. Por un lado, el significado de obligación moral contraída por alguien; por el otro; pecado, culpa u ofensa. Si analizamos estas tres entradas en el contexto de la capital, la primera extensión de este vocablo nos conduce a una buena nueva: «El Ayuntamiento de Málaga ha conseguido disminuir en 70 millones de euros su déficit interanual, según datos publicados por el Banco de España, referidos al segundo trimestre del año». Con ello la deuda se sitúa en la actualidad en 331 millones de euros, constituyéndose en la segunda gran capital con población superior a 500.000 habitantes menos endeudada. ¡Alabado sea el Señor!

Continuando con la segunda significación, el Consistorio posee una deuda moral adquirida con los malagueños por preservar y divulgar su milenaria historia -caso de los terrenos de los cines Astoria y Victoria -y no silenciar restos de nuestra memoria a favor de un controvertido 'zoco cultural', volviendo, de nuevo, a tropezar con la piedra de la especulación. Si así lo hiciera, completaría la tríada de estas nociones, esto es, cometería el grave pecado y la recusable ofensa de sepultar parte de nuestra identidad a favor de un proyecto que, en este enclave, tiene poco sentido. Ya que se abre el puente de La Esperanza, dennos la certidumbre pagando estas deudas, no tan sólo las crematísticas.