La celebración o no de procesiones en la Semana Santa de dos mil veintiuno es uno de los recursos más habituales -y lo seguirá siendo- en cualquier debate, charla o discusión en Andalucía cuando se tratan asuntos en torno al Coronavirus.

A efectos prácticos, no existe movimiento social mayor que el cofrade. No existen equipos de fútbol unidos que equiparen a la masa humana que mueve la Semana Santa en Andalucía. En dos velocidades, los hermanos de cuota y los meros espectadores sostienen un sector único que, además de hacer protestación pública de fe, provocan un sector económico del que vive mucha gente.

Sin necesidad de enumerar la trillada lista de profesionales que viven en torno a la Semana Santa, cabe recordar que el sector cofrade -si así puede denominarse-, arrastra un dinero considerable del que beben ciudades, empresarios, gestores turísticos, restauradores y hoteleros. Esto mueve dinero y la Semana Santa siempre han sido siete días de vacas gordas en Málaga.

El acto de presentación para Andalucía de las líneas generales del centenario de la Agrupación de Cofradías de Semana Santa de Málaga sirvió para abrir un melón que, gracias a las palabras del presidente de la Junta de Andalucía, Moreno Bonilla, hicieron saltar todas las alarmas en los núcleos de poder capillitas del sur: Esto se acerca y hay que pensar qué hacer.

Ahí Málaga parece que va en cabeza y, marujeos mediante, sobresale una posibilidad de tener en la calle de algún modo las imágenes realizando Estación de Penitencia en la Catedral.

Dejando a un lado debates cutres como «la privatización de la Semana Santa» y otros teje manejes manidos y sin sustento, sale a la luz algo de lo que realmente nunca se hablar pero que es una realidad: La precaria situación de las Cofradías.

Parece que no existe porque todo es oropel y maravillas. Todo es joyería y brocado. Todo casas de hermandad con máquinas de aire acondicionado como si se tratase de un Pryca. ¿Pero eso cómo se paga? Pues en líneas generales con endeudamientos e hipotecas gordas. De a poquita. Y con mucho cuidado.

Pero la situación provocada por la pandemia ha desestabilizado el asunto de manera muy preocupante. Hace años, anteriormente a la pasada crisis financiera, observabas por las calles a personas con ostentaciones impropias de su nivel de ingresos. Así, un trabajador medio conducía grandes automóviles y salía y entraba a niveles de marqués. Algo pasaba. Y explotó el asunto de tal manera que se vieron las miserias escondidas tras el sarcófago de las hipotecas basura.

En otro tipo de circunstancias y niveles, el caballo desbocado cofrade, ha conseguido realizar en algunos casos una serie de proyectos que, a simple vista, parecían inabarcables.

Casas de hermandad supersónicas a razón de miles de euros mensuales de hipoteca o mantos y palios a precio de santo grial que mareaban por su ostentosidad pero también por su coste elevado.

Pero todo marchaba. Cada uno a su manera, pero avanzando. Por un lado, los arriesgados sin pensar. Por otro los más recatados, responsables y moderados que, con el permiso basado en la auto financiación, consiguen aumentar su valioso patrimonio cofrade sin necesidad de tirar de bancos.

¿Qué sucede ahora? Que las letras siguen llegando pero los ingresos son mucho menores. No hay previsión de papeletas de sitio. Pero sí que hay de ausencias de cuotas de hermanos que, por lo general, abonaban la misma a la vez que sacaban su puesto en la procesión. También serán menores los gastos pero seguirán existiendo.

A esta situación se le suma que, en muchísimos casos, las hermandades mantienen compromisos y encargos a orfebres, bordadores, carpinteros, escultores y demás artesanos que tienen, por cierto, la costumbre de comer caliente al menos dos veces al día por lo que es necesario que mantengan.

Súmale la cera y las flores de los cultos habituales que, actualmente, cobran una importante utilidad pues son el único recurso de los hermanos y, a diferencia de antes, tienen una mayor relevancia.

Y por último lo que dio origen a todo: la obra social. Las hermandades tienen que seguir sirviendo y asistiendo a centenares de familias que comen en parte gracias a la ayuda que ofrece la cofradía de su barrio, Corinto o el proyecto que sostienen cuatro o cinco hermandades cercanas a un barrio.

Pues todo lo dicho y descrito anteriormente se mueve con dos impulsos fundamentales: la fe y el dinero. Lo primero se da por hecho. Lo segundo escasea. Y parece tabú hablar de la necesidad de sacar dinero para poder sostener esto.

Podemos juguetear conceptualmente en redes sociales y subirnos a atalayas de moral superior para hablar de qué hacer y qué no. Podemos afirmar que lo único importante es la obra social y que el resto puede esperar. Podemos sugerir que no hay que sacar ninguna imagen a la calle y que ya vendrán tiempos mejores. Pero no se olviden que por el camino siguen las hipotecas. Y los bancos no perdonan. Y que las Cofradías sin verbenas, ferias y sobre todo, sin Semana Santa, no sacan una peseta. Que las cuotas de hermano son una parte importante para algunas -porque tengan muchos o sean ricas y con eso paguen la luz del año-, pero para la gran mayoría -las medianitas cortitas- si no hay ingresos de fuera no llegan a nada.

Si nos quedamos parados, se van a hundir. Si nos quedamos en lo mal que se ha hecho en el pasado, seguirán hundiéndose. Si buscamos soluciones, en la medida de las posibilidades que dicte la pandemia, podrán coger oxigeno y ya tocará reflexionar sobre el modelo en el futuro. Pero a la vez, volverá la ilusión. Aunque sea en pequeñas dosis. Pero todos vimos al Gran Poder salir a San Lorenzo llevado a hombros. Y a muchos nos dura el pellizco. Las cofradías somos todos. Hay que ayudarlas.

Viva Málaga.