El ser humano es infinitamente más que un conjunto de fluidos que empapan tejidos orgánicos y huesos aunados en una realidad única. Y lo es por un precepto del que ya nos hablaba Aristóteles en su Metafísica: «el todo es más que la suma de sus partes», reza. La sinergia, ese concepto tan gratuitamente maltratado como interesadamente manoseado, solo es posible cuando de la unión de dos o más energías nacen una o varias nuevas energías que gozan de cualidades inexistentes en las energías primigenias.

Particularmente, interpreto que cuando dos o más energías se unen y el resultado es negativo, más que «sinergia negativa», como gustan denominarlo en determinados círculos, lo que se produce es, simple y llanamente, «un problema». Un inabarcable problema, a veces.

Respecto de lo expresado, obsérvese, si no, en las relaciones de amistad o de pareja, en las asociaciones empresariales, en las asociaciones de gobierno... la costumbre inveterada de vaticinar las bondades de las sinergias que se producirán sobredimensionándolas hasta el infinito. A posteriori, la perspectiva del tiempo y el resultado producido, no del todo sinérgico, vienen a explicarnos que, la mayoría de las veces, las uniones se llevan a cabo atendiendo más a las autopercepciones de las realidades particulares de cada parte que a la sesuda deducción de la nueva realidad que proporcionarían las sinergias.

Se da que, cuando la percepción de cada parte atiende a la realidad verdadera, las uniones de hecho y de derecho son nutricias, pero cuando la percepción de la realidad de cada parte se manifiesta diferente o parcial, el asunto se vuelve osco, incómodo e inmanejable a la larga. En este sentido, el argumentario de la psicología Gestalt, partiendo del principio aristotélico de que el todo es más que la suma de sus partes, define los conceptos del fondo y la forma como partes que conforman cada realidad y, además, explicita el porqué de que una realidad única pueda manifestarse distinta para cada observador.

La imagen que acompaña hoy a este artículo da fe de lo que expreso y demuestra por qué algunos individuos, errados, son capaces de defender con su propia vida que «su verdad» es la única verdad absoluta existente, incluso cuando solo es un somero cachito de verdad. Pocos, además de los entrenados en las lides de la psicología, somos capaces de dar por bueno que la verdadera realidad es más que la suma de las percepciones parciales que la conforman, que demasiadas veces ni percibimos.

Así, las fusiones empresariales, por lo general, obedecen más a huidas hacia delante de una o de todas las partes que se fusionan, que a la media ponderada de las meditaciones proactivas sobre la realidad de cada parte. Interpretemos, si no, por ejemplo, el porqué de que de la reciente fusión entre Caixabak y Bankia el nuevo nombre comercial será Caixabank.

-¿Queeé...?

-¿Por su eufonía?

-¡Anda ya, tú...!

Y, qué decir de las sinergias de la unión temporal de partidos en el actual gobierno del Estado, que, según cuentan, provoca severos brotes de insomnio en el presidente Sánchez, que se acentúan con cada consejo de gobierno.

En lo personal y/o lo profesional tampoco escapamos a la maldición de la estupidez, ese monstruo insaciable. Todos, con mayores o menores consecuencias, de alguna forma hemos vivido y/o viviremos la lastimosa sinrazón de, por ejemplo, ser considerados embusteros, por individuos -o individuas-incapaces de reconocer que la realidad que postulan no es más que una parte de la realidad verdadera, que, generalmente, es plural.

Nada más grave, quizá, que defender nuestra verdad y juzgar al prójimo desde el pecado de, sin intención ni atención ninguna a la empatía, pretender que la sola realidad existente es la que percibimos de un apresurado vistazo, especialmente, cuando el vertiginoso vislumbre obedece a simples influjos de la intuición, que, en estos casos, en lugar de cómo sabiduría interior, actúa como un mefítico influjo manipulador que produce alejamiento y/o ruptura, herramientas, estas, muy eficaces para matar por acumulación de pequeñas muertes.

«La estupidez insiste siempre», decía Camus. Y, no sé por qué, me da que para concluir tamaña verdad don Albert no hubo de tirar de la sabiduría incluida en el kit de saberes de los elegidos, sino que, simplemente, atendiendo al fondo y a la forma como atributos de la realidad, le bastó con una somera ojeada a cómo la entienden los necios.