Qué hastío provoca tener que soportar día tras día la bronca en el Congreso por culpa de la obstinación de un partido que se sigue proclamando de centroderecha de negarse a reconocer que no ha dejado de perder elecciones desde que lo encabeza Pablo Casado y que tendrá que esperar pacientemente a las próximas para intentar reconquistar un poder que perdió por culpa de sus pasadas prácticas corruptas!

¡Qué hastío tener que aguantar no sólo a su líder, sino también a sus más estrechos colaboradores, incluso algunos a los que algunos medios califican eufemísticamente de oderados, librarse a una guerra diaria sin cuartel contra un Gobierno de coalición al que se empeñan en tachar de «ilegítimo» y descalifican con el ya cansino apelativo de «Gobierno Frankenstein» porque no parecen concebir otra cosa que no sea el poder monolítico de su propio partido!

¡Qué descorazonador para la ciudanía, que ve cómo su país está a la cola de todo tipo de indicadores europeos, sobre todo el que más importa en este momento, la lucha contra el Covid-19, mientras los políticos se dedican sólo a la trifulca política diaria en el Congreso en lugar de debatir serenamente, como ocurre fuera, las mejores medidas, por drásticas que puedan parecerles a algunos, que permitan salir de la penosa situación en que nos encontramos!

¡Qué vergüenza que el mismo partido que se negó a que la UE tomara medidas contra Polonia y Hungría por atropellos del Estado de derecho no vea contradicción alguna en recurrir ahora a Bruselas para amenazar al Gobierno de Pedro Sánchez por su decisión de cambiar para la renovación de un poder judicial que debió haberse renovado hace ya dos años y que sigue efectuando nombramientos acordes con su mayoría conservadora como si el PP siguiera gobernando este país como en tiempos de Aznar o de Rajoy!

Y que el partido de todas las corrupciones se muestre incapaz de admitir que si la actual coalición de izquierdas amenaza con cambiar el sistema de elección de los jueces por el legislativo por mayoría cualificada en lugar de la actual existente de tres quintos de las dos cámaras del Congreso, ello se debe sólo al bloqueo sistemático del PP, que impide su renovación y permite que ese órgano siga haciendo de su capa un sayo. ¿Hasta cuándo debería el país seguir aguantando esa situación?

«A mí no me presiona nadie y menos usted», dijo el otro día en tono un tanto chulesco Pablo Casado, dirigiéndose al presidente del Gobierno. Intentaba así el líder del PP de presentarse como más duro incluso que el dirigente de la ultraderecha neofranquista de Vox, pero debería saber que los exaltados votantes de las banderas y los bocinazos preferirán siempre el original a la copia. Algo que parecen demostrar los últimos sondeos.

¿No sería en cualquier caso mucho más sencillo que recurrir a Bruselas y deslustrar más todavía la ya desdorada imagen de España en el exterior buscar dentro de casa el acuerdo parlamentario para renovar el órgano de los jueces? Pero esto no es al parecer lo que interesa al PP, que sólo piensa en los beneficios a corto plazo que puede reportarle la actual mayoría del CGPJ, sobre todo cuando tiene pendiente distintos procesos por corrupción, y continuar desgastando de paso al Gobierno.

Tienen en cualquier caso razón los juristas progresistas cuando aconsejan al Gobierno no cometer el disparate de cambiar la mayoría de elección del Consejo no sólo porque atenta a la independencia de ese órgano sino también por simple prudencia, ya que ese cambio se volvería en contra de los partidos ahora en el poder en el caso de perder éstos las próximas elecciones.

¡Qué hastío, finalmente, escuchar a los políticos de la derecha y extrema derecha hablar de «traición», de «felonía», de «odio a España», o de «madrileñofobia», y calificar al jefe del Gobierno de «dictador». ¡Qué contradiós escuchar tales palabras de labios de políticos que se han ocupado de impedir que las jóvenes generaciones se enterasen de lo que fue de verdad nuestra dictadura!