Las palabras, tan poderosas como destructivas, que pueden a veces hacer magia y lograr que desaparezca el dolor, la frustración o la incomprensión, que pueden traer un acercamiento de posturas, la paz entre disputas, construir la ilusión vocablo a vocablo o mantener la fe y la esperanza con mantras, pero otras veces las palabras son sólo viejos trucos que no alteran ni cambian nada o aún peor: estropean lo que tratan de arreglar, convierten los inconvenientes en problemas, las disputas en guerra o la mentira en realidad.

Son las palabras a veces adoquines haciendo camino, meticulosos pasos, puentes que salvan distancias y vidas, otras veces son duros ladrillos, muros que se levantan como castillos para que nadie se acerque, piedras que se lanzan contra el que venga, puentes levadizos que se levantan para izar el vacío y el sinsentido.

Las palabras, que tanto nos dicen y que tanto se callan, que tan pronto calman como agitan, que traen del olvido recuerdos y borran lo vivido sobrescribiendo, que lo mismo cuentan historias como las crean, que sacan una solución de la nada y un segundo después ningunean una brillante idea. Las palabras, tan dóciles como rabiosas, tan constructivas ahora como luego bombas, abrazos y dagas, besos y puñaladas, alegrías y lágrimas. Las palabras, poderosas hoy impotentes mañana, manjar de la inteligencia, deshechos de los más bajos instintos, a veces poesía, otras solo gritos, las palabras, que tantas veces nos convencen de una cosa y más tarde de la contraria: coros de concordia, cantos de batalla. Canalizan las palabras todo lo que hacemos, a veces tras comprenderlo otras para entendernos o por no hacerlo, palabras encadenando el discurso de lo que se va haciendo o el silencio de quedarse quietos, palabras que se lleva el viento cuando llega la tormenta, palabras relámpago, palabras trueno, luces y miedos, palabras, a veces un lenguaje sofisticado otras sólo ruido endiablado.