Si usted ve un montón de banderas españolas en una foto, lo más probable es que se trate de un encuentro entre los presidentes de los gobiernos de España y de Madrid (que en sí mismo es España) o de una manifestación de Vox en defensa de la Patria, siempre amenazada. Este pasado 12 de octubre, por ejemplo, fueron bastantes los que la enarbolaron mientras daban vehementes vivas al rey y al Estado en el que Felipe VI ejerce su alta magistratura. Nada de particular, de no ser porque en su mayoría o acaso en su totalidad eran personas ideológicamente situadas a la derecha más o menos extrema, a juzgar por lo que declararon ante los micrófonos y cámaras de las teles.

Más que la bandera nacional, parecía en esta ocasión la de los nacionales, como se llamaban a sí mismos los vencedores de la Guerra Civil para distinguirse de los rojos. Quedan aún gentes bienintencionadas que insisten en que la bandera de un país es la de todos sus paisanos; pero cada vez les ponen más difícil sostener el argumento.

Todo tiene su explicación, como decía el alcalde de Villar del Río en 'Bienvenido Míster Marshall', ahora que vuelven tiempos inequívocamente propios de una película de Berlanga. Etimológicamente, la bandera es el distintivo de un bando que, en el caso de las nacionales, incluye a todos los habitantes de un determinado país. Pero eso no está tan claro en España.

Curiosamente, fue un hipernacionalista como el general Franco el que provocó la desafección que algunos españoles sienten por la bandera y otros símbolos del Estado como, un suponer, el monarca. A fuerza de identificarla con su régimen y de llenar con ella hasta las expendedurías de tabaco, el autoproclamado Caudillo acabó por desatar cierto hartazgo entre la población. Ocurre a la larga con todos los nacionalismos

Lo mismo sucedía con la Fiesta Nacional, que hasta finales de los años setenta fue el 18 de julio: fecha del golpe de Estado contra la República y la guerra civil que se saldó con unos cientos de miles de muertos y el triunfo de las armas de Franco. Se oficializó así la victoria de una parte de España sobre la otra, lo que, como es lógico, dificultaba un tanto que los derrotados se identificasen con los símbolos y fiestas del vencedor.

La festividad fue trasladada al 12 de octubre para que todos los españoles -rojos, fachas o indiferentes- se sintiesen concernidos. Quizá siguiese sin suscitar entusiasmos comparables al 14 de julio en Francia o al 4 de julio en Estados Unidos; pero al menos dejaba de tener las connotaciones bélicas y fratricidas de la anterior fiesta nacional.

Vuelve ahora, lamentablemente, la idea de que la bandera de España es la de un bando y no -como resultaría normal- la de todos los ciudadanos. Incluso podría parecer, visto lo visto estos días, la de un partido nacionalista y castizo como Vox, que trae consigo nostalgias de la España del carajillo, de la caza, de los toros y de las muñequitas flamencas sobre el televisor. Todo esto tiene un aire muy retro que daría para un guion berlanguiano y hasta parecería divertido, de no ser porque nos devuelve a la época de las dos Españas que competían por helarle el corazón a los españoles. Igual no le faltaba razón al que sugirió que detrás de las banderas esquilman las carteras.