Miro mi taza de café y estoy tentado de meterla en la columna. Escribiría que es «café humeante», pero el café humea a los malos escritores, que siempre le ponen el mismo adjetivo al café, cuando todo el mundo sabe que el café puede ser también frío, de máquina, aguado, sensual, solo e incluso pinturero, matinal, achicharrante, conspirativo, a deshoras o con un chorreón de whisky.

De tanto mirar y adjetivar el café se me ha enfriado y encima se me ha derramado en la columna, la ha puesto perdida, tiznada de ese color pardo que habría que esforzarse en describir pero que claramente es café con leche. Color café con leche. Quizás con toques en «beich», que es como a veces pronunciamos beige. No sabe uno como hay tanta ropa de ese color con lo difícil que es pronunciarlo. Por cierto que beige es un extranjerismo, se escribe beis. ¿lo veis?

Humear no es solo echar humo. Significa también exhalar vaho o vapor, lo cual aclaramos para que se ensanche la imaginación del lector cuando lea «café humeante», a ver si van a creerse que el escritor les está vendiendo humo. A estas alturas del texto la disyuntiva es terminarlo o preparar otro café. No me van mucho las cápsulas. Tengo una cafetera italiana pero también un bote de café soluble. Si digo Nescafé me entenderán mejor. O sea, que si elijo tomar otro café tendré también que tomar otra decisión: de qué tipo. El soluble es más rápido. Soy un hombre de mi tiempo: siempre tengo prisa por llegar a ningún sitio.

Verás tú que al final de la mañana llega alguien y me pregunta que qué he hecho y solo puedo responderle: café. Sin adjetivos, claro. Y con sacarina. Napoleón decía que el café lo volvía vivaz y que también le producía un ligero dolor que le daba placer. No sé si lo de vivaz es cosa del traductor o que Napoleón gozaba de riqueza de vocabulario, que principalmente se adquiere leyendo. A lo mejor si hubiera tomado menos café nos habríamos ahorrado el Dos de Mayo, pero bueno ya está incorporado a nuestro acervo y no lo vamos a devolver. También podría haber tomado menos café Franco, aunque a él en realidad le gustaba darlo. Dénle café, decía con su voz atiplada y la pancita de burgués domesticado cuando ordenaba fusilar a alguien. A otros malos de nuestra historia yo los veo más aficionados al té, que también puede ponerte de los nervios y volverte taimado. Al té lo veo como menos humeante. Bajo a por leche.