Ardua y árida tarea es aglutinar en una profesión otros menesteres propios de otros preceptos que pertenecen a otras disciplinas o saberes, esto es, que seguimos empleando mucho más tiempo en cómo enseñar, programando y contraprogramando todo tipo de estándares, contenidos, objetivos, diversificaciones, rúbricas y otras terroríficas secuencias o aparatosos giros; si el lóbrego confinamiento llama a nuestras puertas: educar en valores, rellenar informes, codificar y repartir libros de texto, amonestar o apercibir, porque también nos hemos convertido casi en enfermeros/vigilantes, que en el 'enseñar' mismo. Y si se ha perdido usted en el inicio del anterior período oracional, imagínese muchos de nuestros docentes que además se le añaden otras labores similares a las del parentesco, puesto que uno puede hacer de hermana mayor, madre, tía o abuela a la par. A todo esto, una alcaldada de plataformas digitales ha invadido el macro espacio de la docencia dirigiendo toda nuestra labor, con gusto y esmero, -y no tergiverso ni me inclino al ocioso sarcasmo-, hacia una escrupulosa instrucción que transmita aplicadamente lo programado, al mismo tiempo hay que estar alerta ante eso que llaman brecha digital, que suena como a una sacudida sísmica, y tenemos que indagar, cual detectives decimonónicos, con más ganas que medios, sobre la carencia - unas veces impostada- de determinadas situaciones intrafamiliares, que, dicho sea de paso, unas son alarmantes y otras alarmantemente pícaras, pues el infante o la infanta hace uso de un avanzado iPhone, y no es por hacer propaganda, o mejor publicidad, pero es que uno se rebota cuando tampoco pueden comprar un libro de lectura que no supera los nueve euros. Y no se te ocurra confiscarle el preciado smartphone, pues corre uno el peligro de que acuda el progenitor o la progenitora montados en cólera porque ese aparatito les ha costado sudor y lágrimas para que su niña no pueda usarlo.A lo que debemos salir en defensa de la era digital y recordarles que se puede usar este nuevo curso, mientras dure la díscola e indomable pandemia, como libro digital en el que se pueden descargar innumerables lecturas en pdf para el ocio y crecimiento personal, incluso hay aplicaciones muy útiles, como por ejemplo un diccionario, aunque sea el de la RAE. Pero no se puede chatear con el amigo que se encuentra en la clase de al lado. Quizá la mirada airada del ascendiente se torne incrédula o, al menos, desconcertada, pues se aprecia un atisbo de colaboración. No es que esto sea la tónica general, pero se trata de una particularidad, que, sumada a otra serie de innumerables singularidades, impele a que la tarea propiamente del docente se diluya en un maremágnum viscoso y se asfixie con tantas multitareas, arropadas por la colosal burocracia, antaño apergaminada, ahora digitalizada hasta la extenuación, aunque otras tantas veces se duplica con farragosos papeles, algo que ha frenado un poco el susodicho bicho.

Se agradece el ingente esfuerzo que toda la comunidad educativa ha realizado para sacar adelante esta papeleta, que parecía hosca y amenazante; pero se enturbia con toda esa maraña, anteriormente citada, que solo sirve para distanciarnos de nuestro básico menester: transmitir conocimientos y, por supuesto, competencias. Lo que no es de recibo es que nos pasemos el curso programando, contraprogramando, adaptando, entrevistando, cuadriculando o zambulléndonos en las procelosas aguas digitales. No será necesario que el alumno-a pase por ley, aunque suspenda todas, sino que no habrá materia de la que evaluar porque hemos pasado de ser profesores a ser administrativos o azafatas. Y volvemos a caer en la tópica frase de que un pueblo ignorante se domestica mucho mejor. Es que algunos lo aseguran ya sin remilgos.

Creía -muchos lo creíamos-, bajo ese prisma cauto e ingenuo que caracteriza a los imbéciles, que la sociedad cambiaría después del lacerante aviso del pasado confinamiento. No solo estamos cometiendo los mismos errores, sino que lo hacemos añadiendo la versión más churrigueresca y cutre. Solo hay que poner las noticias para darnos cuenta de lo torpes que somos. Nos lamentamos mucho (y muy mucho) de la extrema situación a la que estamos siendo abocados y, al mismo tiempo, seguimos incumpliendo las normas más básicas. A ello hay que añadir el desmesurado desmadre que hay en la imposición de dichas normas en España y en Europa, donde cada país o región las establece según su libre albedrío.

Parece que la unificación de criterios es una viscosa utopía y que los españoles solo son responsables si hay multas y sanciones por doquier. Cada vez lo que tengo más claro, y es que la raíz de todo este problemón está en la Educación. Nuestros políticos no están dando la talla, lo mismo que los ciudadanos, en general, tampoco, pues de estos surgen aquellos. Entre tanto, ahí vamos con unos encomiables protocolos, pero no terminamos de arrancar porque nos entretienen con otros menesteres.