En un reciente artículo, Richard Horton, director de la revista médica The Lancet, avanzaba la idea de que, más que ante una pandemia, estamos ante una sindemia, una especie de tormenta perfecta en el océano y nosotros, sobre un barquito de papel, muy solos y mojados, intentando hacer frente a todo el peso del presente y del pasado, nos ahogamos.

Una sindemia es la conjunción de dos o más epidemias en una población que, en suma, aumentan el pronóstico y la carga de la enfermedad. El virus crece exponencialmente no solo porque es muy contagioso, que lo es, sino también lo hace por factores económicos y sociales. La suma de A + B + C, incluso de A + B, es mayor que A solo.

El término, de sindemia, es un neologismo, sí, otra nueva palabra, así funciona la lengua, un apócope creado con la suma de los términos: sinergia y epidemia. La voz «sindemia2 designa, por lo tanto, algo más, es una suma o incluso una multiplicación, una sinergia de epidemias que comparten factores sociales y que coexisten en el espacio y tiempo, una tormenta perfecta, ya digo, interactuando entre sí. El vocablo ya es válido para la Fundación del Español Urgente, promovida por la Agencia EFE y la RAE.

Cada vez parece más claro, más allá de lo etimológico, que hay que analizar y enfrentarse al virus desde un enfoque biológico y social. Hace meses tuve la suerte de charlar con Fernando Valladares, investigador del CSIC, que fue claro al respecto: «nunca es un solo factor, todo es siempre complejo. Es un puzzle alambicado y vamos colocando piezas a ciegas2, y terminó: «son formas sutiles que no vemos más allá de nuestro día a día».

En la expansión de la Covid-19 no solo intervienen elementos biológicos, sino también factores múltiples, complejos, sutiles, y uno de ellos es la desigualdad arraigada en nuestra sociedad: fundamentalmente, la pobreza. Recuerdo escribir hace meses sobre la pobreza como consecuencia de la pandemia sin caer en la reflexión de que no es la consecuencia sino la causa. La causa representada como un círculo plano y en espiral, una fila o un laberinto sin salida y eterno. Quizás, una especie de bucle.

Escribir: una fila larga, eterna, insoportable, una fila afiladísima, kilométrica, llena de gente invisible, invisibles tras sus mascarillas, para todos invisibles, y silenciosa, callada diría, una fila que da la vuelta a una manzana, como un círculo plano y perfecto, una fila que pide ayuda urgente, que grita muda, una fila que baja la cara y suspira, una fila y un círculo plano. Y aquel chavea, Manuel, ya un hombre, que trabajaba en un chiringuito de la costa y que ahora está parado, sin ahorros, que me dijo en aquella fila de aquel banco de alimentos: «estoy aprendiendo a no sentir vergüenza».

Después de la edad, la causa principal de contagio es el nivel de pobreza. En general, las zonas más golpeadas son las más pobladas y desfavorecidas. Cuanto más baja es la renta, peor es la alimentación y se practica menos deporte, aumentando así la posibilidad de padecer enfermedades como hipertensión, obesidad o diabetes, las que sufre la población de riesgo. Es un mapa simple de una realidad compleja y frágil.

Un ejemplo: al inicio de la pandemia, Singapur era el referente, una marca de éxito que había logrado parar el avance de la Covid-19. Una buena planificación de la atención, vigilancia y rastreo de casos, servían de modelo para todos. Esa imagen voló por los aires, pocas semanas después, cuando la enfermedad volvió con fuerza, como un animal violento, y mostró su peor cara. Una fotografía para cerrar el párrafo: volvió con fuerza, como un animal violento, en las zonas más pobres del país, entre trabajadores migrantes que vivían hacinados, en condiciones muy precarias, y habían sido olvidados por el sistema. Una mujer, llegada de Malasia, migrante, de 52 años, delgada de pobreza y agotada, fallecía sola sobre una sucia acera.

La pobreza alimenta la Covid-19 y, como en la Propiedad Conmutativa, la Covid-19 alimenta a la pobreza. El mismo ejemplo se podría poner en España. Intermon Oxfam prevé un millón más de pobres en España debido a la pandemia. En su último informe, de la semana pasada, exige medidas para blindar la educación, la sanidad y la protección social, ampliando el ingreso mínimo vital.

Así son los barrios más pobres, los que viven más hacinados, los que con más dureza soportan el golpe de la pandemia. El coronavirus y sus derivadas se han cebado con las zonas más desfavorecidas. En Barcelona, el Nou Barris; en Madrid, el sur, como una zona cero; en América, con los negros y los hispanos. Alta densidad, pisos pequeños y repletos de familias, empleos precarios, economía sumergida, falta de futuro... En definitiva, POBREZA.

Llegados a este punto, debemos aceptar que no es verosímil enfrentarnos a este enorme problema con un enfoque estrecho: la sindemia, la sinergia de epidemias, la suma de factores, saber que nada es simple, que todo es complejo. Si algo nos está enseñando esta época penosa es que debemos estar preparados para la siguiente ola.

Cuando pase lo urgente, que pasará, tendremos que reformular algunos temas fundamentales y mirar más allá del ruido y la furia, de la absurda conspiración, de la ciénaga política y quedarse con lo mollar, con lo conveniente. Revertir esta disparidad es primordial porque si no ya esteramos más cerca de la siguiente pandemia, o de la siguiente sindemia, otra tormenta perfecta.