Queda menos de un mes para que se cumpla un año de la muerte de Eugenio Chicano. Un año que no es año y una muerte que fue tanta que aún ahoga a más de uno al recordarla. La cultura nunca muere. Ni las pandemias acaban con ella y es más peligroso un político que un virus, para reventar un sector que lleva maltrecho desde siempre pero que ahonda en lo más profundo del ser humano cuando considera oportuno.

El amor de Chicano a Málaga era abrumador. Tanto o más que el que sentía por su amada Mariluz que es, ahora, la última pincelada de Eugenio. Un trazo perfecto, vivo y en movimiento que representa la luz, la modernidad y el progreso mental de un artista icónico anclado siempre a la figura pluscuamperfecta de Reguero.

Este cariño pasivo hacia Málaga, resulta ser en muchos casos más condena y quimera que honroso galardón pues, querer a esta tierra, lleva consigo unos aranceles desagradables y muy costosos. Aún así, el pintor pop del barrio de la Victoria ha procurado en todo momento lo mejor para su tierra en el plano cultural que, por ende, conllevaría una mejora global del nivel de los ciudadanos, aunque sea por desgastes al rozarse tanto con temas culturales de nivel.

Su casa natal de Picasso ha aprovechado su octubre festivo para dedicarle unas paredes a quien fue impulsor, creador, padre, madre, médico y veterinario de un proyecto fundamental en nuestra tierra. Picasso sin Chicano no hubiera conseguido en tan poco tiempo una dimensión tan extraordinaria pues, cuando tuvo que abrir las ventanas, los ecos que entraron eran negativos. Picasso era un rojo malo y había que convertirlo en lo que realmente fue y es: el artista más importante, influyente, considerado y valioso de toda la historia.

Y en esas estuvo Chicano, educando con cariño a sus paisanos. Sin que se notara. Con astucia y elegancia para que nadie se sintiera un cateto -que es lo que era seguramente- y acabara tomando en consideración a quien sigue siendo uno de los puntales de nuestra ciudad en cuanto a cultura y turismo se refiere: Pablo Ruiz.

La cosa es que el legado de Eugenio Chicano es enorme. Y no solamente por cantidad si no precisamente por su valor histórico y artístico pues supone un gran giro conceptual en las artes plásticas andaluzas.

Ante tal magna cuestión, sería sensato que su obra tuviera un respaldo institucional para conservación y puesta en escena de manera permanente.

Ya son varias las veces en las que se habla del generoso ofrecimiento que llega desde la provincia y que justamente debe tenerlo pues su espacio abarca las comarcas malagueñas y su sentir está a veces más cerca de la tierra y el pueblo que de las urbes y lo impersonal.

En cualquier caso, al ver la obra del artista tratada con temporalidad, no deja uno de sorprenderse pues, es del todo surrealista que aún no cuente Eugenio con un museo, sala o espacio fijo al que puedan acudir gentes de todos lugares -pandemia mediante- para conocer a uno de los artistas más relevantes de nuestro siglo.

¿Por qué no sucede tal cosa? Nadie lo sabe. O al menos yo. No creo que sea por sus pensamientos políticos pues era uno de los rojos -como cuenta su querido Carlos Ismael- con más amigos conservadores que puedas conocer. Quizá se trate de impedimentos presupuestarios. Pero al analizar la situación general, das por hecho que se podría perfectamente invertir en ello eliminando cualquiera de los fracasos presentes e invirtiendo dicho presupuesto en su obra. Descartado también. Pero queda una posibilidad última: la incompetencia. Una amalgama de torpezas, desconocimiento e incultura pueden desarrollar una incompetencia crónica entre los políticos y sus gestores adláteres hasta niveles insospechados lo que desembocaría en una hemorragia generalizada de despropósitos.

Quizá algo así esté pasando por aquí. Y puede que sea ése el motivo por el cual, en la ciudad de los mil museos, no haya espacio para el que levantó una casa -que era fundación- en la que nacía como gestor un Chicano que proyectó a Picasso cuando en Málaga aún había calles sin saneamiento o asfalto.

Es de justicia y de necesidad, para no convivir entre tanto artista sin arte, que nuestra ciudad cumpla con su segundo genio y ofrezca a todos la posibilidad de disfrutar de su obra. Un museo para Chicano. Tan alcanzable como imposible resulta para unos pocos. Y a la vez tan triste como irrespetuoso para una figura clave del devenir artístico andaluz.

Y es que al observar la selección que habita temporalmente en su casa no natal, se ilusiona el género humano al plantear la posibilidad de que fuera para siempre. Una muestra, por cierto, extraordinaria. En el lugar justo. Con el comisario que debía estar y el lustre propio que da a todo lo que hace ese ser con el que gustoso comparto antipática amistad y que lleva un satélite por apellido. -Dame libros-.

Necesitamos una explicación a esta nula inercia con un proyecto que ya debía estar en marcha. El museo de Chicano. La sala de Eugenio. El espacio del Pop andaluz. Llámalo equis. Y mentidnos si es necesario con un borrador que se haga eterno. Pero al menos necesitamos recibir, por decencia, una cara pública diciendo que se trabaja ya en poner a un artista justo y generoso con Málaga en paz con su obra y testimonio artístico.

Un museo para Chicano. Por el amor de Dios. Y del arte.

Viva Málaga.