Lunes. Recibo el libro en el que Vicente Almenara ha recopilado cien de sus columnas en La Opinión de Málaga: «La señal. España en los tiempos del virus». Vicente me dice en la dedicatoria que sus columnas tienden la mano a la mía cada domingo. Es cierto, somos vecinos de página las más de las veces. Aprecio y conozco a Vicente Almenara desde hace una vida, ya se conocían nuestros ascendientes allá en Ceuta, hace mil, y he aprendido mucho de él. Lo cuento siempre: él recortó y enmarcó lo primero que yo publiqué en la prensa. Para regalármelo. Una rueda de prensa que cubrí en la que se presentaba un hipódromo en Casares. Nunca se construyó. Pero aquel recorte de La Tribuna de Marbella (pre Gil) firmado por mí cuando aún cursaba BUP es símbolo de una época vital. Me veo a mis dieciséis sentado en el Salduba, en Banús, en una cálida noche de estío hablando (escuchando) en una tertulia de periodistas una vez culminado el cierre.

Martes. Su nombre ahora dice poco pero fue extraordinariamente famoso en los ochenta. Por árbitro de Primera y por ser comentarista en el programa y las retransmisiones de José María García en la radio. Ahora hay muchos exarbitros que ejercen de comentarista, pero él fue pionero. Un día, el profesor de Redacción Periodística entró en clase y nos dijo que Jacinto de Sosa nos daría las prácticas. Y nos las dio. Jacinto de Sosa. Nada menos. Árbitro y doctorando en Periodismo. Radiofonista en la cresta de las ondas. Recuerdo que una vez charlamos (casi) a fondo sobre cómo titular una noticia de un comunicado etarra. Aprendí de él. Gran tipo. Polifacético. Me entero de su muerte por una necrológica en ABC. El texto incide en su carácter díscolo como árbitro, enfrentándose a los gerifaltes del fútbol de entonces. Al final: «Enseñó Redacción a varias generaciones de plumillas». Eso. Yo entre ellos. Redacción Periodística. En la Complutense. Qué tiempos. Qué fiera indómita -entonces- la vocación.

Miércoles. Aún ando pensando si soy indeciso.

Jueves. Hace muy mal día, así que nos echamos a la calle. La lluvia cae a la bilbaína. Tenemos una cita pero no estamos muy convencidos. La agenda da un traspiés y el plan cambia. De pronto se ve uno libre, empingorotado, a las siete de la tarde en el centro de la ciudad€ ¿y por qué no un cóctel? Caminamos y está algo tristona Málaga, pocos viandantes, paraguas indecisos que se abren y se cierran. Muchos bares cerrados, locales con el sambenito de 'Se alquila'. Por azar, pasamos delante del Archivo Municipal y entramos. Yo es que soy mucho de entrar en los archivos. Veo uno y me meto. Si hubiera más archivos en la ciudad no saldría a la luz. En los archivos deberían servir cervezas. Hay una exposición de Mari Pepa Estrada y su hijo Rafael. Cuadros. La sufragista, La Alameda. Hay dos de estilo naif, nos explica una señora. Uno de ellos reproduce una procesión. Todos los penitentes tienen la misma cara. Se está bien en la sala de exposiciones. De pronto veo a un señor al que no había visto. No sé por dónde ha entrado. Le pregunto si se ha escapado de alguno de los cuadros pero me responde muy serio: «No señor, yo soy de Torrijos, provincia de Toledo». Al salir, la noche se ha enseñoreado y para no ir a la deriva nos vamos a La deriva, en la Alameda de Colón, donde la rusa es excepcional. Así, inesperadamente. Gracias a una confusión, a un atolondramiento, a no sé sabe qué, hemos echado una velada magnífica. Muy a la europea, eso sí. A las 10.30 está uno en casa, dudando si sacar un pijama invernal, escribir, ver una del oeste o celebrar la no pérdida del paraguas. En la oscuridad que luego, ligero insomnio, se me aparece el Martini de mar de Rafael Pérez Estrada o el Obispo con cometa. O sus aforismos, que una pantalla proyecta junto a esos dibujos en la exposición.