El juguete roto Santiago Abascal ha quedado tan inservible como el inefable Hernández Mancha, por contraponerle a otro candidato minúsculo zarandeado por una moción de censura. Los muy masculinos votantes de la ultraderecha moderada tienden a concluir hoy que su líder desmedrado «no es el hombre», pero en realidad procede ampliar el foco para concluir que el presidente de Vox no es la mujer. Su falta de brío palidece frente a la energía nuclear de capitanas como Isabel Díaz Ayuso o Cayetana Álvarez de Toledo. La sorpresa de la peripecia más sanchopancesca que quijotesca del breve aspirante a La Moncloa no consiste en su fracaso en la incorporación de un voto adicional, sino en que mantuviera sin fisuras los escuetos 52 escaños que le avalaban.

A rey muerto, reina puesta, aunque los machistas «vivas» del bizarro Abascal permiten dudar de que transfiera sin traumas su lealtad monárquica a una mujer. En su innegable habilidad para rastrear a «enemigos de la nación», pierde especificidad al zarandear a PP y Ciudadanos con una saña equivalente a la polarizada sobre el Gobierno «socialcomunista». Los partidarios de las concepciones unidimensionales se han asombrado al comprobar que el presidente de Vox aspira a la misma meta que la mayoría de mortales, ser querido por sus congéneres. De ahí que ni la mascarilla lograra camuflar su decepción ante un resultado que conocía de antemano, desde el mismo día en que tocó a rebato para fabricar una quimérica moción de censura.

En democracia, ese «abuso de la estadística» borgiano, lo que no es matemática es esoterismo. El fracaso de Abascal peca de descomunal, ni el espejo ante el que posa marcial y ecuestre le devolverá una imagen a la altura de su concepto de sí mismo. Su autocomplacencia de tertuliano casposo, en virguerías como la «agenda ideológica del consenso progre», desata más irrisión que patriotismo. Una ultraderecha moderada con candidatas de la ambición de Cayetana o Díaz Ayuso, no puede zanganear ni un segundo más con un perdedor nato, más cabo furriel de Sánchez o Casado que mariscal. Hernán Cortés solo es un modelo plausible si liquidas a Moctezuma.

La zancadilla de Sánchez a Abascal ha consistido en aceptar el peligro real de la extrema derecha, que Casado imitó aplicado en la segunda jornada del debate. Vox es una religión que exige más credulidad que la democracia, pero las denuncias con tonillo de superioridad moral de la izquierda recordaban demasiado a la histeria que en Estados Unidos catapultó a la presidencia a Donald Trump. El presidente del Gobierno recibió, analizó, deshizo el conjuro extremista y remató. Del aspirante no quedaron ni los rastrojos. El órdago se desvaneció, amanece el día de las cayetanas.

El grado de concentración de una misma sustancia explica el perfume del jazmín o el hedor de las heces. Abascal pecó por exceso. Hay que retroceder al fulgor de Alfonso Guerra, para citar a un político que resumiera al inquilino de La Moncloa en el adensado «mentiroso sin escrúpulos». Con este envite reconcentrado, toca ganar la partida o retirarse. El todavía presidente de Vox amontonó tres centenares de descalificaciones de Pedro Sánchez en dos horas, y su contrincante salió ileso. Transformó a un baloncestista apañado en Michael Jordan. Si existe un detalle en que parecía consumada la hegemonía de Vox, es en que un Gobierno de ultraderecha reemplazaría las mociones de censura por mociones de exaltación del líder de turno. Con la salvedad de que el agraciado con el homenaje fue el líder del PSOE.

El principal motivo para censurar al Gobierno es su incumplimiento flagrante de la distancia de seguridad, con los ministros amontonados sobre el banco azul en tiempos en que hasta las estrellas de la telebasura se sientan conforme al protocolo exigido por el coronavirus. Abascal aporreaba al gabinete con su mantra de «el peor Gobierno en ochenta años», un lema letal para la extrema derecha porque esta adscripción no puede permitirse ni una sombra de ironía con su Generalitísimo.

Las lideresas de la extrema derecha son urgentes porque Abascal provocó un sentimiento parecido a la vergüenza ajena. Para ello, fue imprescindible una cobertura mediática que aureoló de seriedad a un candidato de mentirijillas. Escamotear la información no resuelve la creciente presencia ultra en las instituciones, aunque la deprimente exhibición de esta semana pueda traducirse en un parón momentáneo en el reclutamiento. El afán por simplificar la realidad deja sin resolver la duda existencial de si los votantes de Bildu o ERC son españoles para los recios líderes de Vox, que aspiran a dejar fuera del Congreso por impureza de sangre a más diputados de los que su fe atesora.