Las fronteras se siguen alzando como uno de los males menores con mayor número de papeletas para promocionar a mayor. Desde el mismísimo momento en que un primate con visos de razonabilidad echó mano a una vara de mimbre y trazó una raya en el suelo para delimitar un territorio, la humanidad tomó un viraje en el que, hoy por hoy, una marcha atrás para buscar la alternativa perdida se torna más que imposible. Y si los linderos administrativos, aunque sea a un mero nivel organizativo, claramente se comprenden, es al subir por la escala de la dignidad del hombre y los derechos humanos cuando cuesta entender que una raya otorgue más o menos derechos a la carne y a los huesos (pues materialmente no somos más que eso) según éstas se encuentren a un lado o a otro. Así, la primera suerte de los nacidos es comparecer con salud; la segunda, la bonanza de la familia que los acoja; y la tercera, el metro cuadrado del planeta tierra que el azar les haya otorgado caprichosamente como ubicación. La cuestión racial, no nos engañemos, aunque anclada como fundamental en los debates sobre la igualdad, ha quedado más que obsoleta. Es el territorio, la nacionalidad y la economía quienes marcan la diferencia y la mutua exclusión entre ricos y pobres, extranjeros y nacionales, indignos y dignos, entre un lado y el otro, olvidando lo que, allá por el siglo XIV, ya cantaba Manrique a la muerte de su padre: «No hay cosa fuerte, que a papas, emperadores y prelados así los trata la muerte, como a los pobres pastores de ganado». No son pocos los exilios históricos en los que se han protagonizado grandes epopeyas en las que, curiosa e incongruentemente, pueblos que peregrinaban por el orbe manchando sus pies con el polvo de la tierra común, se enfrentaban a una realidad apátrida que les negaba la tierra. Una realidad cuya vital importancia también quedaba de manifiesto a través de las condenas más graves de multitud de sistemas punitivos históricos donde, además de la privación de la vida, también acontecía la terrible pena de destierro. Con todo, si me permiten ustedes un caprichoso salto cronológico, también es interesante reflexionar, en el mismo orden de ideas pero desde el vírico prisma de la coyuntura que nos ha tocado vivir, que la actualidad ha puesto tristemente de moda palabras filosóficas cuyo uso, hasta hace muy poco, limitábamos para encuadrar ciertas tramas propias del género de ciencia-ficción, como es el caso de «distopía». El miedo, ya sea a la guerra o a la miseria, fortalece de manera natural las fronteras: las levanta donde antes no existían y las recrudece en aquellos sitios donde ya estaban terriblemente plantadas, generando una sórdida armonía simbiótica entre las rayas de un mapa (pues no hay diferencia geológica entre las dos mitades de un metro cuadrado) y el terrible cántico de los alambres de espino. Pero si me permiten un nuevo salto, esta vez de lo global a lo local, los cierres perimetrales que limitan nuestro derecho a la libre circulación, necesarios o no, suponen un punto de inflexión vital para aquellas generaciones de españoles que nacieron en brazos de la Democracia. En cada tramo, afloran fronteras en la patria que nunca las tuvo. Allí donde paseaste y creciste, ahora no puedes volver a voluntad y sin restricciones, como tampoco eres dueño de la noche y el día, de las horas que genera el movimiento de rotación, para poder vivir y hacerte presente donde quieras y con quien quieras. «Las ordenanzas ?clamaba el poeta Ángel González?, además, proscriben la caricia (con exenciones para determinadas zonas epidérmicas ?sin interés alguno? en niños, perros y otros animales) y el «no tocar, peligro de ignominia» puede leerse en miles de miradas. ¿A dónde huir, entonces?». Palabras y grupos nominales como cierre perimetral, toque de queda, confinamiento y estado de alarma se plantan frente a una comodidad vital que creíamos infinita para recordarnos que nada somos, que el mundo ha cambiado, que si hoy estás aquí, mañana puede que no, y que, como canta el maestro Silvio Rodríguez, «no encuentro más que fronteras hacia cualquier dirección, fronteras de tierra, fronteras de mares, fronteras de arena, fronteras de aire, fronteras de sexo, fronteras raciales, fronteras de sueños y de realidades».