Llegaba nuestro Unicaja al partido del domingo con una racha de cuatro victorias consecutivas entre Liga ACB y Eurocup, con una gran oportunidad de refrendar ante el Iberostar Tenerife la mejoría que se había plasmado en el marcador ante Valencia, Buducnost, Gran Canaria y Brescia.

Sin ser nada definitivo, el partido ante el Canarias del pasado domingo sí que podía ser definitorio para atisbar el nivel del equipo malagueño, ante una escuadra que aún no sabe lo que es caer derrotado en la temporada 2020/21, con el añadido además que los últimos encuentros de los jugadores de Luis Casimiro Palomo habían ofrecido una mejora ostensible.

El equipo malagueño ha mejorado, se han disipado los momentos de ausencia, de falta de competitividad y el grupo de jugadores a los que no se les adivinan merecimientos para vestir de verde, parece que van reduciéndose, al menos sobre el papel, pero también hay que pensarse dónde se pone el listón para evaluar el nivel real de este equipo.

Los últimos partidos se han caracterizado por tener momentos buenos de juego, un nivel defensivo más alto que los anteriores y un inicio de definición de roles en el juego interior, dejando claro cuáles son aquellos con los que se cuenta.

De todo esto, tal vez la noticia menos buena de todo sea la reafirmación de que el club de Los Guindos está en un peldaño inferior otra vez. Lo cierto es que desde hace tiempo, la distancia con los equipos de Euroliga (futboleros y otros) es demasiado grande y se va haciendo mayor sin remisión conforme va avanzando el calendario, en parte porque el listón de exigencia y ambición nunca baja en los poderosos y no parece que suba en el resto, donde actualmente se encuadra el Club Baloncesto Málaga.

Porque lo veo así, creo que tanto jugadores como técnicos están haciendo su trabajo, cumplen con él, obteniendo mayores o menores éxitos, pero dan para lo que dan. De vez en cuando hay llegadas que ilusionan y generan esperanzas entre la masa social y demás, como se ha visto en los fichajes de Brizuela, Bouteille o la aparición de Nzosa, pero ni mucho menos está para recuperar el estatus que por inercia melancólica se tiene en la cabeza, y en gran medida también, porque en el habitual alarde de maquillaje de la realidad de nota oficial, se nos repite como un mantra, ese que dice que «hay que equipo para competir por todo», que «la ambición es máxima en todos los aspectos» o que «se aspira a llegar a lo más alto en todas las competiciones».

Y si te lo crees, todo esto está muy bien, y aunque la aportación presupuestaria sea inferior a temporadas anteriores, creo, sin equivocarme mucho, que la mitad los directivos europeos serían felices, no sólo por el dinero que le llega al club, sino además por la facilidad pasmosa para obtenerlo, sin tener que implorar puerta a puerta cada verano.

Todo esto no quita que lamentablemente el nivel está en otro sitio. A día de hoy, el Unicaja puede permitirse el alegrón de ganar a los de Euroliga a base de pillarlos en el día malo, a partido único y sin objetivo grande cercano en el calendario para el rival poderoso, por eso el momento bueno para hincarle el diente a cualquiera de arriba es ahora, no al tener cerca el playoff o algo similar. Lo malo es que antes era de deportistas educados mostrar respeto a cualquier rival. Ahora, equipos como Iberostar Tenerife o Joventut no sólo son peligrosos, sino que es necesario hacer el mejor partido posible, minimizando el número de errores al máximo para poder intentar conseguir la victoria. Y lo peor no es porque los rivales se hayan transmutado en Carlos Fabra, aquel presidente de la Diputación de Castellón, agraciado con nueve premios de lotería en doce años, sino porque el nivel en Málaga va bajando año tras año y, lamentablemente, sin reconocerlo, como en esas familias en las que el negocio va a peor, pero se mantiene al margen a la mujer y a los hijos para que sigan felices en ese mundo de ilusiones.

Aquí se nos pide ilusión, compromiso, todas esas cosas que hemos oído más de una vez, y creo que de lo que andamos sobrados es de paciencia y de realismo vital. Pero de ahí a comulgar con ruedas de molino va un universo, sobre todo porque la crueldad de los rivales y la competición te bajan de forma radical a la tierra.