No es que el animalito no practicara sexo, es que al haber sido castrado ya tan joven no podía saber qué cosa era. Tampoco lo que era la carne de verdad ni la caza, alimentado por un pienso en bolitas pesado en báscula. En la impoluta ciudad buscaba desesperadamente rastros en sus paseos, pues su código de barras se lo mandaba, pero apenas había. No conocía el monte ni los campos, donde las cuidadas almohadillas de sus pies podrían lastimarse. Peor era lo de un vecino suyo de calle, al que habían educado para no ladrar mediante collar de descargas. Aunque odiaba que lo perfumaran, le cortaran las uñas, le hicieran rastas y lo vistieran de hombrecito, se habría conformado con que alguna vez le dejaran revolcarse en una carroña. Tampoco le gustaba ir entre tanta gente, en la manifestación contra el maltrato animal a la que le había llevado su amo/ama, gritando ¡toooros, nooo!