El pacto tácito entre el PSOE y Vox dio arranque a la moción de censura. En política a menudo lo que se ve no es la realidad, puesto que los verdaderos intereses permanecen ocultos bajo toneladas de propaganda. A la izquierda -y al nacionalismo- les interesa exacerbar el peso de un populismo de derechas que divida a sus adversarios. Cuanto más Vox, menos bipartidismo y menos centralidad para una alternativa liberal o moderadamente conservadora. Asimismo, Vox sólo puede crecer a costa de la liquidación por derribo de los populares, algo con lo que ya soñó en su momento Rivera y su candidatura ciudadana. Por supuesto, el pacto entre adversarios no tiene por qué estar escrito -ni siquiera hablado- para ser efectivo, si confluyen los intereses en una misma dirección. El pluralismo resulta incompatible con la polarización, que es hacia donde nos dirigimos desde hace años. El choque -y la bronca identitaria- cohesionan los grupos sociales y, por tanto, impulsan el voto de los extremos, aun a costa de laminar el prestigio de las instituciones y debilitar el sistema inmune de la sociedad.

El pacto tácito consiste precisamente en polarizar, porque responde a una dinámica en la que ganan unos y otros; y perder, lo que se dice perder, sólo lo hacen Cs y PP. La estrategia de la moción pasaba por reforzar a Abascal y dinamitar aún más a Casado, cuyo papel como líder de la oposición quedaría en entredicho. Un Partido Popular haciendo seguidismo de Vox equivalía a sellar su fin. No porque ambas formaciones no compartan un cierto imaginario común -el de la defensa de la familia, por ejemplo-, sino porque sus respectivos lenguajes reflejan realidades diferentes. Que Casado optara en la moción por marcar un territorio propio sorprendió a propios y extraños, pero así logró el único triunfo real de estos dos días: recordar que la derecha sólo ha obtenido el poder ampliando sus bases hacia el centro y, por tanto, adoptando un tono y unas políticas de corte democristiano y liberal. Dicho de otro modo: el discurso de Casado fue el del pluralismo y no el de los antagonismos populistas. Le queda ahora, por supuesto, un largo camino por recorrer.

Le queda conformar un equipo, un proyecto y un programa. Le queda atraer a esa mayoría de votantes que se sienten incómodos en la confrontación y buscan los consensos posibles. Le queda evitar una guerra civil en la derecha -lo cual no es descartable, ni mucho menos- que de nuevo imposibilitaría cualquier alternancia de gobierno. Y sobre todo le queda conseguir un retorno a la centralidad que implique a los populares, pero también a los otros grandes partidos del país, especialmente al PSOE.

Porque nada hay más urgente que el retorno al 78 de los dos partidos centrales, con sus peculiares matices y con las lecciones aprendidas por los importantes errores cometidos hasta ahora. Lo cual significa apartar las diferencias, seleccionar bien a los dirigentes y llegar -de forma ideal- a un acuerdo amplio y generoso que permita mirar hacia el futuro con firmeza pero sin ira, con temor pero sin desesperanza, con pluralidad pero sin antagonismos ciegos, y con una visión de país que integre en la diferencia y no alimente a los propagadores del fuego.