Cambio de armarios. Dónde habré puesto yo las églogas y los epitalamios.

Me escribe Juan Gaitán diciendo que ha escrito una columna muy triste. «Es la peste que ha vuelto, una amenaza invisible que juega a los dados con la vida». Es columna bella y hermosa y contiene una cita de Onetti. La realidad es fría y gris, vírica y pandémica y tras leer la columna de Juan me lanzo a la calle, a los afanes del día y trato de adivinar la tristeza en los viandantes. O a pedir perdón por la tristeza, que decía César Vallejo. Pego la oreja a las conversaciones y todos hablan de los mismo. Ya está en vigor el toque de queda, o casi. Toque queda y todo pasa pero lo nuestro es pasar. Las autonomías menos díscolas establecen el toque de bien queda. Tras estos juegos de palabras mentales, como para evadirme me voy a grabar al plató. Cuando se emita el programa tal vez no haya nadie en la calle. No se pueda. No se quiera. Tal vez alguien me vea con resignación, pensando que podría estar de bares, de cucaracheo nocturno, castigando chupitos o paseando el alma por la madrugada. Echaremos de menos la noche.

Tarde literaria con mascarilla y distancia. Hacemos cola para que Alfredo Taján nos firme el ejemplar. Coincidimos en ella con una señora que parece venir a la compra, un joven poeta, un adolescente que pareciera un soldado, un crítico sin ínfulas, una joven profesora y Francisco de la Torre y Rosa Francia. Están tranquilos y simpáticos, como quien acude, así parece ser, a un acto lúdico a título particular. No hay cohorte. Francia dice que me ve en la tele y que me lee. Francia siempre lo ha leído todo. Me la imagino por las noches leyéndole artículos interesantes a su marido, que no tiene mucho tiempo libre. Mira Paco, mira te leo lo que dice este, pero espera que verás aquel. Me despido de ellos diciendo que esto ha sido todo un acto de adhesión al tajanismo. Se ríen. Antes de dar otro paso para alejarme pruebo a hacer otra gracia, pero no, no conviene abusar ni de los auditorios favorables. Me da corte saludar a Ben Clark, que es uno de los mejores poetas de este país y sin duda el que más jerseis bonitos de colores tiene. Moreno Peralta dice que el género literario más aburrido del mundo son las memorias de los proyectos arquitectónicos: «En vez de ventana ponen comunicación con el exterior». Salgo a la calle, piso la oscuridad y rumio una frase dicha en el estrado: «Al lector hay que decirle siempre la verdad. Y engañarlo todo el tiempo». Joder. Hay toque de queda pero yo me engaño imaginando lo que habría pasado en otro tiempo. Cañas, brindis por el éxito del libro, más cañas, sácate un poco de jamón, qué cabrón fulanito, vamos al Centro, un bar, un tugurio, una fraternidad literaria y humana, barra fija, la última, de verdad, la última. Abrazos. Ceno en el sofá a hora casi europea vino blanco y unas lonchas de salmón ahumado. Con la cantidad de veces que voy al supermercado y que siempre se me olviden los piquitos.

De pronto, tras el primer sorbo, mirando la carta, alguien rompe la indecisión: es temporada de setas. A veces los imperativos suenan a consejo. Las traen variadas, en una fuente, a la plancha pero nada secas. Sabores de otoño. Una está casi entera, escasamente troceada. Admiro su arquitectura. Con la que está cayendo ya es mérito abstraerse mirando una seta. Estaba casi deseando que fuera alucinógena.